viernes, 8 de diciembre de 2023

IN-SEASON TOURNAMENT, PRIMERA PÁGINA EN UNA NUEVA HISTORIA

 






No ha quedado mala final para la primera edición del In-Season Tournament, personalmente hubiera preferido un Milwaukee-Lakers por ver un Anteto vs. LeBron que, cosas mías, son posiblemente los dos jugadores actuales a los que tengo más aprecio y simpatía (con LeBron son ya 20 años, claro), curioso que siendo Indiana quizás el estado más devoto de este deporte, algo así como la Lituania de Estados Unidos, su único equipo de baloncesto profesional nunca ha ganado la NBA, aunque fuera la franquicia más laureada de la extinta ABA (ganaron tres ediciones de las nueve disputadas en aquella liga tan loca y peculiar) y si han campeonado en la conferencia Este, en el año 2000, perdiendo las finales por el anillo precisamente ante los Lakers de Shaq y Kobe que comenzaban así su particular trilogía de tres títulos consecutivos antes de que la lucha de egos entre el pívot y el escolta provocase la salida de O'Neal hacia Miami después de perder las finales de 2004 ante Detroit (¡ay, qué tiempos aquellos para la MoTown!), curiosamente el primer título ABA de Indiana Pacers fue ante un equipo angelino, los Stars, que acabarían asentándose años después en Utah. Otra curiosidad sobre Indiana, o más concrétamente su capital, Indianapolis, sede de los Pacers. El único mundial de baloncesto disputado en Estados Unidos fue en esa ciudad, en el año 2002, con aquel triste (para ellos) partido de cuartos de final ante lo que todavía se llamaba Yugoslavia (aunque eran todos serbios, excepto creo el montenegrino Drobjnak) en un Conseco House con más aficionados balcánicos que estadounidenses en las gradas. Ni el misticismo de Indiana consiguió que Estados Unidos pudiera tomarse un serio un torneo internacional de selecciones que no fueran unos Juegos Olimpicos. Sobre estos Indiana, posiblemente sea el equipo más atractivo de ver ahora mismo, los herederos (salvando todas las distancias) del baloncesto de ritimo alto y tiro rápido en cualquier situación buena, sin necesidad de juego interior, más allá de Turner, pero con unas posibilidades en bases y aleros superior a cualquier otro equipo. Por encima de todo Halliburton, claro, un killer capaz de reventar partidos, producir estadísticas, y cargarse a los presuntamente dos mejores equipos del Este, Boston y Milwaukee, pero también un jugador que mejora todo lo que tiene a su lado... podemos tomar el caso de Obi Toppin, otro jugador totalmente distinto al que era en Nueva York cuando se ha puesto al lado de Halliburton... y en sentido inverso, el caso de un Chris Duarte que ni por asomo en Sacramento recuerda al jugador que sorprendió en Indiana. Y por supuesto el otro gran nombre es el de Rick Carlisle, uno de esos ejemplos de "adaptación al medio", ya no es cuestión de recordar una de las carreras más exitosas en los banquillos NBA cuyo punto culminante es el anillo con Dallas en 2011, frustrando el primer asalto al título del Miami de LeBron, Wade y Bosh, es que simplemente podemos recordar su anteior etapa en Indiana, aquel 2004 con el mejor record de la temporada (61-21) cayendo en finales de conferencia ante los Pistons a la postre campeones y aquello era un baloncesto totalmente distinto, granítico, espeso, duro, de músculo atrofiado donde la muñeca de Reggie Miller era como una flor capaz de crecer en medio del cemento... eran los últimos años del hormigón armado, cuyo epílogo sería meses después. Si la matanza de Cielo Drive por parte de la Familia Manson fue el fin del "sueño americano", la trifulca en Noviembre de 2004 en el Palace de Auburn Hills entre Detroit e Indiana, fue el paroxismo de un baloncesto que ya resultaba insoportable y que sólo pueden reivindicar nostálgicos de escaso criterio que (quizás afortunadamente, y allá ellos), dejaron de seguir este bendito deporte. Carlisle fue testigo de primera mano, todavía en el banquillo de Indianapolis. y habiendo comandado dos años antes el de los de Michigan. Eso era Carlisle, aquel Este puro y duro de Riley convertido al lado oscuro primero en Nueva York y posteriormente en Miami. Ni hablar de "showtime". Nada que ver con estos Pacers actuales que lideran la NBA en todas las estadísticas ofensivas, empezando, claro, por puntos por partido, nada menos que 128.4, pero ojo que en una liga tan constricta en este tipo de números, sacarle casi seis puntos a los segundos (los 122.7 de Atlanta) es una burrada. De hecho te tienes que remontar a la diferencia entre Houston en el puesto 25 (110.1 puntos por partido) y Detroit en el 26 (108.8) para encontrar la siguiente mayor difrencia, 1.3 puntos por partido... Indiana lidera sacándole 5.7 puntos por partido al segundo equipo más anotador. Encajan 119.9, claro, el tercer peor equipo encajando puntos, aunque su net rating, la difrencia de ratio entre ataque y defensa, novenos con +3.4. Horribles en el rebote, penúltimos, sólo Washington rebotea menos que ellos. Y con todo sigue siendo el equipo que más apetece ver. Porque además verlos obliga a olvidar a esos números atrás, porque no conceden nada, porque encajan y pierden rebotes pero los luchan. Por eso nadie les ha echado de la pista, excepto Boston en la cuarta jornada, con esa escandalosa derrota por 51 puntos (en un partido en el que no estaba Halliburton, por cierto), el resto de sus ocho derrotas ninguna se ha ido por más de la decena de puntos.

 

Sobre Lakers, bueno, está LeBron, y ya sólo eso me hace tifar por ellos. Son 21 años así. Independientemente del hype de su llegada, sólo comparable que yo pueda recordar al de Wembanyama, a mí un tío me gana cuando, valga la redundancia, literalmente me gana. Los primeros play offs de LeBron en 2006 ya eran un aviso, nos lleva a siete partidos a aquellos Pistons que nos sabíamos de memoria (Billups- RIP Hamilton-Prince-Rasheed-Big Ben) Al año siguiente nos pasa por encima. Con 2-2 en el quinto partido nos mete 48 puntos, y a mí sólo me queda rendirme ante el Rey. Es cuando juega sus primeras finales, en las que San Antonio les barren, pero nos deja esa foto con Tim Duncan abrazándole y diciéndole algo así como “tranquilo, te vas a hartar de jugar finales”. Y así ha sido durante más de dos décadas aguantando un “haterismo” incomprensible. Nunca he visto un jugador de una calidad semejante que ante cualquier nueva hazaña alguien la pusiera en duda, hablase de Jordan, de la escasa calidad de las defensas, o cualquier argumento de trampas al solitario que quien quiera pueda hacerse para negar la realidad palmaria de que cada día que LeBron James pisa una cancha de baloncesto asistimos a historia de este deporte. ¿Qué sentido tiene ponerse en ese bando negacionista?, ¿qué más tiene qué hacer este señor para ganarse algo parecido a un respeto unánime, a un consenso cuándo su juego y carrera no ofrece dudas para cualquiera que tenga ojos y cerebro?

 

Y bueno, finalmente llegan a la final los dos equipos que se clasificaron como primeros para la ronda final de este novedoso torneo, y ambos con matices diferentes. Lo de Indiana ha sido consecuencia de su juego, jugando como lo están haciendo ese, primero 3-0 que les clasificaba matemáticamente como primer equipo del Este en hacerlo, y luego 4-0 para hacerlo como primero de grupo con factor cancha, no debería sorprender. Consecuencia de un juego y de un proyecto ya consolidado (ahí están los pocos minutos de su rookie estrella, Jarace Walker… pero es que los años en los que fogueaban a los jóvenes ya pasaron, y ahora que se suba quien pueda, como supo subirse Mathurin una temporada pasada en la que hasta las últimas jornadas tuvieron opciones de play-inn, y así es como crecen los jugadores, no acostumbrándoles a perder por 30 puntos en base a insoportables reconstrucciones y “process” que tanto estamos sufriendo desde hace años los seguidores de Detroit), mientras que Lakers, con idéntica trayectoria (primer equipo del Oeste en ponerse 3-0 y asegurar pase a cuartos, y posteriormente cerrar invictos), han sabido seleccionar esos partidos en el calendario, alternando esas cuatro victorias con derrotas por paliza ante Philadelphia u Oklahoma City. Hoja de ruta de un equipo veterano que sabe dosificarse y reservarse para las grandes citas, porque desde luego no tienen el futuro de Indiana.

 

Lo dicho, no ha quedado mala final para la primera edición del enésimo nuevo invento de la mejor liga del mundo.


sábado, 8 de julio de 2023

EL VIAJE DE JOKIC

 


Cuando Nikola Jokic era elegido en el draft de 2014 en las profundidades de la segunda ronda absolutamente nadie podía haber pronosticado que Denver se hacía con los derechos de un doble MVP de temporada y un MVP de finales (y de finales de conferencia) en el primer anillo en la historia de la franquicia de Colorado. El puesto 41 con el que fue seleccionado era de tan escaso interés que mientras se anunciaba su nombre la ESPN, cadena encargada de retransmitir el evento, pasaba unos comerciales por las pantallas de los hogares estadounidenses, en concreto de la franquicia de “fast food” Taco Bell, como si fuera la primera broma del bautizado Joker (ocurrencia del ya retirado Mike Miller, quien en sus últimos años de carrera coincidió con el genio serbio y al parecer le resultaba más fácil llamar a su compañero como el villano de Batman que con su apellido balcánico) Y es que además de una mente privilegiada para leer cualquier defensa rival, una de las primeras características que definieron al jugador de Sombor fue la de su adicción a ciertos productos alimenticios de dudosa idoneidad para un deportista de élite, especialmente la Coca-Cola, de la cual llegó a consumir la ingente cantidad de tres litros al día.

 

El desembarco de europeos en la NBA en los últimos tiempos, una vez echada abajo la puerta gracias a los Sabonis, Petrovic, Marciulionis y Kukoc en la década de los 90, ha conocido dos vertientes desde la que han llegado algunos de los grandes dominadores en el siglo XXI. Por un lado los que venían con cierto “hype”, muy justificado en ocasiones (Pau Gasol, número 3 en 2001 después de poner la ACB a sus pies… Luka Doncic, también 3 en el 18 tras llevar a Eslovenia a ganar un Eurobasket o al Real Madrid al título europeo… y por supuesto Victor Wembanyama, previsible número 1 de 2023 sin el currículo de los anteriores pero llevando el concepto de “unicornio” varios niveles más allá), y en otras incomprensible (el segundo puesto de Darko Milicic en 2002 como mayor ejemplo y oprobio histórico para una franquicia del pedigrí de Detroit Pistons), por otro los “tapados”, jugadores desconocidos ya no sólo para el aficionado estadounidense sino incluso para el europeo, exóticas apuestas para mayor gloria del “scout” con buen ojo. Un Tony Parker que no pasaba de ser una promesa del basket francés (número 28 en 2001), o los Nowitzki (número 9 en el 98) o Antetokounmpo (elegido el 15 en 2013) quienes siquiera llegaron a debutar en la primera división de sus países de origen. Jokic pertenecería a este segundo grupo, al de tesoros ocultos, pero todavía más allá ya que nunca en la historia un jugador seleccionado en una ronda tan baja ha sido el mejor jugador de unas finales ni ha ganado dos MVPs consecutivos de temporada regular. Jokic, buen jugador en unas selecciones inferiores serbias habitualmente lideradas por Vasilije Micic (coincide con el base del Efes en el mundial sub19 cayendo en la final ante unos Estados Unidos liderados por Jahlil Okafor y su actual compañero en Denver, Aaron Gordon, MVP de aquel torneo… y donde por cierto también figuraban actuales ACB como Mike Tobey y Nigel Williams-Goss) ni siquiera era un dominador en torneo de formación para jugadores europeos nacidos a mediados de los 90, como si lo eran los Saric, Vezenkov o el citado Micic. Tampoco su escaparate a nivel de clubes parecía el mejor, aunque con los años el Mega Basket de Belgrado ha adquirido un merecido aura de escenario para jóvenes “prospects” (Micic, Zubac, Vitadze… algunos ejemplos de jugadores que progresaron vistiendo esa camiseta, o incluso su actual compañero el esloveno Cancar)  

 

A finales de 2012 y después de haber llamado la atención de los cazatalentos serbios por sus actuaciones en categorías inferiores en el Vojvodina Srbijagas de Novi Sad, ficha por el Mega para debutar en la máxima categoría de la liga serbia y posteriormente en la unificada liga adriática. La temporada 2013-14, antes de presentarse al draft de la NBA, acaba con unas buenas medias de 11.4 puntos, 6.4 rebotes y 2.5 asistencias en 25 partidos de la ABA, nada mal para un chaval de apenas 19 años sobre quien sigue sospechando la duda de sus condiciones físicas, alejadas del estándar musculado habitual en las zonas del baloncesto profesional. Repasar los 40 jugadores elegidos antes de escuchar pronunciar su nombre (cosa que ni el propio jugador hizo puesto que estaba felizmente durmiendo y fue uno de sus hermanos quien le despertó posteriormente para darle la noticia) resulta harto absurdo como miope la gerencia de muchas franquicias, pero para entender cuál era la confianza real en las posibilidades de Jokic si es justo recordar que Denver en la misma noche se hace con los servicios de la elección número 16 del draft, precisamente otro pívot europeo con quien comparte una curiosa relación de vidas paralelas (y oficialmente el jugador más pesado de la NBA sólo por delante de curiosamente Jokic), el bosnio Jusuf Nurkic, y quien si parecía una apuesta segura para la pintura de Denver (un año mayor que el serbio y con experiencia, aunque breve, en Euroliga)


Nurkic y Jokic, vidas paralelas, caminos separados.


Nurkic daría el salto inmediato a la NBA, haciéndose de inmediato un sitio en la rotación de Brian Shaw jugando unos considerables 17.8 minutos en 62 partidos. Jokic, por su parte, explotaba en la ABA, acumulando MVPs jornada tras jornada hasta ser coronado el mejor jugador de la liga adriática con sus 15.4 puntos, 9.3 rebotes y 3.5 asistencias de media, y llevando al Mega de nuevo a su techo de semifinales.

 

La temporada 2015-16 abría un nuevo ciclo para la franquicia de Denver, empezando por la llegada de Michael Malone, actualmente el cuarto entrenador con más temporadas seguidas en el mismo banquillo sólo por detrás de tres vacas sagradas como son Popovich, Spoelstra y Kerr. La convivencia entre Jokic y Nurkic quedaba falseada por la lesión de rodilla de Nurkic, que abría más hueco en la rotación para Jokic, en una posición muy abierta en aquel momento en el roster de Malone (Lauvergne, J.J. Hickson y un Kenneth Faried alternando los puestos de 4 y 5 eran los otros rivales a la par que compañeros para la posición de pívot) El siguiente curso sería definitivo, Jokic explotaría pasando de los 10 puntos de su curso “rookie” a 16.7, subiendo también en rebotes (9.8 frente a 7 de la anterior temporada) y doblando en su estadística más diferencial, de las 2.4 asistencias del primer año a unas 4.9 que ya parecían exuberantes para un pívot… y que ahora parecen ridículas para lo que nos tiene acostumbrados el genio de Sombor. El impacto es tal que la gerencia tiene que tomar una decisión drástica con Nurkic, traspasado en Febrero a Portland Trail Blazers a cambio de Mason Plumlee, intercambiando también una ronda de draft cada equipo. Esa misma temporada suponía también la llegada de un joven base-escolta canadiense, Jamal Murray que aterrizaba con la responsabilidad de un número 7 de draft, la posición más alta que había dispuesto la franquicia desde el número 3 de Carmelo Anthony, e igualando la posición obtenida un año antes, en 2015, por un proyecto fallido en similar posición como fue Emmanuel Mudiay. Comenzaba por tanto a definirse el proyecto de un equipo “contender”, como demostrarían al año siguiente, cuando se quedan a una sola victoria de meterse en play offs después de caer en la prórroga en un dramático duelo directo por la octava plaza de conferencia frente al Minnesotta de Karl Anthony-Towns, Andrew Wiggins y Jimmy Butler. Una de esas amargas experiencias de las que sólo cabe caer o levantarse más fuerte, optando por lo segundo, y de hecho las 54 victorias de 2019 son hasta la fecha el tope de la era Malone (este año se han quedado en 53) Acabarían cayendo en semifinales de conferencia, la primera de tres veces consecutivas, estableciendo ahí su particular Rubicón, un muro infranqueable a la manera de Philadelphia en el Este. Ni siquiera la llegada de otro talento vía draft como Michael Porter Jr. Pick 14 en 2018 (sus problemas de espalda le relegaron a una posición que meses antes nadie hubiera esperado, cuando peleaba incluso por ser el mejor de su promoción), o el brillante movimiento de hacerse con Aaron Gordon vía “trade” en marzo de 2021 parecía hacer cambiar el rumbo de una franquicia incapaz de protagonizar el deseado “sorpasso” a los pesos pesados del Oeste. En 2020 y 2022 sólo les apartaron del camino al anillo los a la postre campeones (Lakers y Golden State, en el segundo caso sin Murray y Porter Jr. bajas por lesión) y en 2021 unos Phoenix superlativos (también sin Murray). La paciencia en este caso ha dado sus frutos, y ocho años después de la llegada de Jokic y Malone, siete después de la de Murray, Denver de una tacada se convierte por vez primera en su historia en campeón del Oeste y de la NBA. Jokic, quien no recibió su tercer MVP de temporada regular, lo que le hubiera igualado nada menos que con Larry Bird, se resarce con los galardones de mejor jugador de finales de conferencia y por el título y firma su obra maestra definitiva en unos play offs en los que los de Colorado sólo han cedido cuatro derrotas en toda la post-temporada, haciendo que tengamos que retroceder hasta la máquina invencible de Golden State Warriors en 2017 para encontrar un balance mejor (estratosférico 16-1) Tiene mérito este 16-4 en una NBA que precisamente se vanagloria de lo que Adam Silver llama paridad y de un evidente vacío de poder absoluto (cuatro años sin repetir campeón de manera consecutiva… seis años sin repetir final)

 

Jokic finaliza con el mejor final posible un extraño viaje bajo el radar acompañado de Murray y Porter Jr, y sus particulares historias de redenciones tras sus lesiones, pero especialmente de la mano de un Michael Malone quien llegó a viajar a Sombor en 2017 (volvería en 2022 para entregarle su segundo MVP de temporada) para conocer el entorno en el que había crecido su estrella, cuando todavía su impacto no era tan mayúsculo, y fortalecer un vínculo casi más paterno-filial que el de puramente entrenador y jugador. Y es que por si no fuera suficiente con el perfil anómalo y bizarro de Jokic en su vertiente de jugador, heraldo de la extrañeza y adalid de la concepción etimológica del barroco que nos enseñaban en el instituto (aquella subyugante definición de “perla irregular”), su biografía baloncestística, su trayecto desde la cantera del Vojvodina Srbijagas a principios del siglo pasado hasta la sublimación actual de su baloncesto, no deja lugar a dudas en el carácter, más allá que histórico, que nadie podrá negárselo, absolutamente único de Nikola Jokic. Una pieza absolutamente diferente a todas las demás en el gran museo del baloncesto con sus más de 100 años de historia.



Una relación más allá de la cancha.



domingo, 4 de junio de 2023

EL LADO OSCURO DE LA FUERZA

 


El Palpatine de la NBA



La NBA de 2023 sigue gozando de una espléndida salud, la de un baloncesto renovado nacido de la revolución de 2001, tras la temporada con menor anotación desde 1955 y peor porcentaje de tiro desde 1969. Fue entonces cuando David Stern puso en manos de un comité presidido por Jerry Colangelo la salvación de un deporte que moría asfixiado por un músculo que atrofiaba el talento y en el que se abusaba del uno contra uno y el aclarado. Llegaron las defensas zonales, la penalización del “hand checking”, y el cambio de regla de “defensa ilegal” por los “tres segundos defensivos”. Después de unos 90 todavía intoxicados por el extraño magnetismo de los Detroit Pistons de finales de los 80 y de la dictadura de Jordan en el aclarado, con un baloncesto de ataque que de manera muy simple se llegaría a resumir en “dos jugando y ocho mirando”, el juego volvió a sumergirse en el vértigo y la rápida circulación de balón y una presión para el espectador de no poder apenas pestañear porque se iba a perder algo en ese segundo que sus ojos apartasen la vista de la cancha. La revolución se hizo visible especialmente a través de los Suns de D’Antoni y Steve Nash y su filosofía de “seven seconds or less”. Uno de esos equipos que a pesar de situar su particular Rubicón en las finales de conferencia (viviendo en un contexto frente a rivales tan formidables como los Lakers de Kobe primero con Shaq y posteriormente con Pau, los Mavs de Nowitzki y sobre todo su gran bestia negra que fueron los San Antonio Spurs con Popovich dirigiendo el más grande “big three” de la historia) merecen un lugar en los libros de historia por su influencia en el juego, como reverso luminoso del oscuro reverso que fueron, a su pesar, los Bad Boys de Daly del “showime” de los Lakers de Pat Riley, a la sazón los grandes rivales de Detroit en su lucha por el anillo una vez fueron capaces de superar a los Celtics de K.C. Jones, equipo históricamente recordado como ejemplo de brillo y espectáculo pese a que gran parte de su éxito estaba más basado en la dureza cercana a sus rivales de Michigan que al “flying circus” que representaban aquellos Lakers en los que “Magic” Johnson lanzaba pases de béisbol a un James Worthy que recibía a media pista para acabar hundiendo el balón en la canasta rival.

 

Si los 80 encuentran su imagen más icónica en los duelos Boston-Lakers y en la rivalidad “Magic”-Bird, justo es también recordar las enormes diferencias de estilo entre unos y otros, resultando los angelinos la parte más idealista, incluso nihilista del juego, frente a la visceralidad céltica. La jugada definitiva para entender esta diferencia la podemos encontrar en el estacazo de Kevin McHale a Kurt Rambis en las finales del 84. Una de las acciones más sucias de toda la historia del baloncesto con el añadido de que McHale era un talento superlativo, estrella universitaria de impacto inmediato en la liga y número 3 del draft de 1980, el mismo año en el que Rambis tenía que esperar a la tercera ronda para ser elegido en el número 58 por los New York Knicks, quienes le cortan en pretemporada teniendo que emigrar a Grecia, de donde procedían sus ancestros, antes de convencer a unos Lakers a los que llega con el rol de jugador defensivo, de obrero en la zona. La imagen del talentoso McHale atizando al abnegado Rambis confirma el paradigma de uno y otro equipo y la realidad de que la bandera del espectáculo la enarbolaban los de California.


Los Angeles Lakers del “showtime” de los 80, ideados por ese niño grande que era Jerry Buss, encontraban su rostro más allá de los pases mirando a la grada de “Magic” en la figura del dandy Pat Riley. Más de cuatro décadas después, y pese a los Jordan, Stern, Jackson o Popovich, es difícil pensar que haya una figura más relevante en la NBA desde los años 80, con una mayor continuidad y capacidad de adaptación al medio y espíritu de supervivencia que la del maquiavélico ex –jugador, entrenador y directivo neoyorquino.

 

Estrella universitaria, titular indiscutible en los Kentucky Wildcats del controvertido Adolph Rupp (sobre quien sus acusaciones de racista y supremacista blanco no parecen infundadas repasando sus declaraciones sobre los jugadores de raza negra) y uno de los protagonistas de la mítica final de 1966 frente a los Texas Western de Don Haskins (recordados por ser el primer equipo universitario que saltó a una cancha del baloncesto con un quinteto titular afroamericano), tuvo una discreta carrera como jugador en la NBA pero con la suficiente inteligencia para saber vivir a la sombra del enorme Jerry West. No era poca cosa ser “back up” de uno de los mejores escoltas de todos los tiempos quien tras tantas derrotas frente al infranqueable muro de los Celtics de los 60 de Bill Russell pudo por fin conseguir el anillo en 1972 ya con Chamberlain como primer espada y Russell dedicado a los banquillos. En ese roster estaba Riley, quien con sus 16.2 minutos en las finales ante New York era de hecho el sexto hombre de aquellos Lakers en un baloncesto en el que las rotaciones todavía eran un tanto limitadas.



That 70's Show


 

Se ha hablado y escrito mucho sobre la figura de Riley, la influencia y sombra paterna acechando constante en su vida. Su padre, Leon, había sido un mediocre jugador de las ligas menores de béisbol entregado al alcohol. Uno de tantos juguetes rotos, enamorados de un deporte idealizado pero que a nivel profesional significa una élite para la que no todos están llamados y la frustración puede convertir tu vida en un infierno del que buscas salir a base de aquellos paraísos artificiales de los que hablaba Baudelaire. No es descabellado pensar en la figura de Leon como un motor y acicate para su hijo Pat, cuya única idea en ese caso era la de no acabar como su padre. Por eso los años posteriores a la retirada de Riley, después de ser traspasado a Phoenix a comienzos de la temporada 75-76, significaban los más decisivos de su vida. Una vez colgadas las botas el resto de su vida sólo le podía deparar ser ese cromo setentero de la NBA dentro de un roster campeón saliendo desde el banquillo. No era, ni por asomo, un Jerry West, cuya ascendencia en la franquicia angelina pronto le abriría las puertas del banquillo laker. Riley tenía pocas cartas que jugar, pero no dudaría en aprovecharlas al máximo.

 

La historia es de sobra conocida, y más en estos días en los que entre HBO (con la adaptación del libro “Showtime” de Jeff Pearlman) y Disney (la serie documental “Legacy”), se he revisionado el nacimiento de aquellos Lakers cuyo legado icónico sigue superando al de cualquier otro equipo o franquicia. Riley aprovecha el mínimo resquicio posible para seguir ligado al baloncesto al máximo nivel y en concreto a los Lakers. No duda en acompañar a Chick Hearn, narrador de los partidos de los angelinos durante 41 años, en las retransmisiones de una cadena estatal, sabedor de que necesita cualquier ligazón por mínima que sea con la NBA. Alrededor suyo se suceden los movimientos en los despachos y banquillos. Jerry West da un paso al costado y llega Jack McKinney, quien no había sido nunca primer entrenador pero en su bagaje estaba el haber sido asistente de Jack Ramsay en los Portland de 1977. No era poca cosa si tenemos en cuenta que el propio Ramsay reconoció en su momento que la mayoría de las tácticas ofensivas de su equipo nacían del propio McKinney. El impacto del nuevo entrenador fue inmediato, nueve victorias en los primeros trece partidos de la temporada 79-80, la primera de “Magic”, y sobre todo la idea instaurada de un estilo de juego concordante al glamour de Hollywood, a la idea de Jerry Buss y a la búsqueda de ofrecer un show que, resultados aparte, vendiese entradas como el mayor espectáculo del mundo y obligase a las televisiones a pujar por retransmitir la nueva revolución en el deporte profesional estadounidense. Y llegó la tragedia. El fatal accidente de bicicleta de McKinney que le deja en coma y nos ofrece uno de los mayores “what if” de la historia. Nos quedamos sin saber hasta dónde hubiera podido desarrollar su idea de baloncesto ofensivo un McKinney quien pese a recuperarse de su fatalidad nunca volvió a tener las mismas facultades. Su segundo, Paul Westhead, lleva al equipo al título siguiendo la filosofía de su jefe. Pero no está solo en este logro. Hasta qué punto la llegada de Riley como segundo de Westhead depende del propio primer entrenador no está del todo claro, pero lo cierto es que supone el punto definitivo para comprender los Lakers de los 80. La temporada siguiente, con “Magic” lesionado durante gran parte del curso no pasan de primera ronda cayendo ante los Houston a la postre campeones de conferencia (y subcampeones de la NBA frente a Boston) y en el comienzo de la 81-82 se desata la tormenta. Tras caer por 26 puntos en San Antonio y con balance 3-3 “Magic” Johnson pide públicamente el traspaso afirmando no ser feliz con el juego del equipo. Westhead está sentenciado. Buss comprende que es un pulso entre su jugador franquicia y un entrenador que aguanta cinco partidos más, tras ganar a Utah y pese a llevar una racha de cinco victorias seguidas “Magic” consigue lo que quiere, la salida de Westhead señalado por ralentizar el juego del equipo en beneficio del veterano pívot y capitán Kareem Abdul-Jabbar. Si a Lakers le había ido bien cuando Westhead tuvo que suplir a McKinney, ¿por qué no iba a pasar lo mismo con Riley tomando el puesto de Westhead?, como en una macabra partida de dominó, la caída de la ficha de McKinney desembocaba en Pat Riley como entrenador jefe de la potencialmente mejor escuadra de baloncesto del mundo por aquel momento. Meses después serían campeones ante Philadelphia. El primero de sus cuatro anillos (cinco si contamos el del 80 como asistente) como “head coach” angelino. Más allá de la evidente calidad y vistosidad del juego, Riley tiene algo de lo que sus antecesores carecían. El gancho, el carisma, el aura de un tipo duro, neoyorquino de origen irlandés capaz de manejarse en la jungla de la NBA sin que nadie le tosa y sin que se mueva un solo pelo de su perfecto cabello engominado ni asome una mísera arruga en sus elegantes trajes italianos. Los Lakers deslumbran en la cancha a la par que las cámaras buscan la imagen de un Riley ya convertido en ícono. Michael Douglas confesaría inspirarse en el estilo de Riley para interpretar su personaje de Gordon Gekko en “Wall Street”, un implacable corredor de bolsa falto de escrúpulos y amoral cuyo lema en la vida es “si quieres un amigo cómprate un perro”. Más allá de la evidente (y reconocida) influencia de Riley en el personaje que construye Douglas por estética, se reconoce la frialdad y ambición, la sed de poder de una figura que se despoja de cualquier sentimiento humano y cuyo único fin es la satisfacción personal. Esto se hará patente con el cambio de paradigma de Riley cuando se muda de Los Angeles a Nueva York. Antes sólo un breve apunte sobre el final del neoyorquino en California, campeón en el 88 ante unos Pistons que ya venían avisando, con Thomas lesionado en el sexto partido y la muy dudosa falta de Laimbeer sobre Jabbar que supone el triunfo y remontada angelina (4-3 en las finales), retenían título convirtiéndose en el primer equipo en hacerlo desde los Celtics de los 60. La hora señalada para los de Michigan acabaría llegando la temporada siguiente, frustrando el “three-peat” que Riley había registrado como “trade mark” para en caso de conseguir ganar el anillo tres veces seguidas inundar el mercado a base de merchandising a través de su empresa Riley & Co. Entrenador y hombre de negocios todo en uno. En el 90 y pese a ser proclamado Entrenador del Año por primera vez en su carrera y tras caer en play offs ante Phoenix Riley anuncia su retirada del banquillo angelino, consciente de que su ciclo ha acabado y dejando ya la impronta de un entrenador que nunca será cesado de un banquillo, será él quien elija el momento de su marcha. Como en un “flash-back” hollywoodense acepta trabajar como comentarista televisivo para la NBC, hasta que por medio de Rick Pitino recibe una oferta para entrenar a unos New York Knicks cuyo cartel como gran mercado era proporcional a su etiqueta de perdedores pese a contar con jugadores como Pat Ewing o Gerald Wilkins.

 

En la extensa mitología sobre el bien y el mal pocas expresiones culturales lo han explotado mejor que la saga cinematográfica de “Star Wars”, con la figura de Anakyn Skywalker/Darth Vader como ejemplo de conversión al lado oscuro dejando atrás principios finalmente quebrantables. El Riley de New York es un jedi pasado al lado oscuro de la fuerza, del “showtime” de los Lakers a la atrofia muscular de unos rocosos Knicks influenciados por aquellos Pistons que el propio Riley había sufrido en sus carnes. New York se convierte en uno de los equipos más odiados pero a la vez más competitivos del Este, con Riley llevando a jugadores propios y rivales hasta el límite. El baloncesto llevado a una expresión bélica donde no valen matices ni medias tintas. A vida o muerte. Cuatro temporadas con las finales de 1994 como mayor bagaje, el primero de los dos años que Jordan permite dar un respiro a sus rivales con los Rockets de Olajuwom como grandes beneficiados. Cuatro temporadas con un nivel de intensidad que supone un desgaste en el vestuario del que sólo puede salir un vencedor: el jugador o el entrenador. Riley, quien ya sabía lo que suponía tener a una estrella en contra después de vivirlo con “Magic” y Westhead en Los Angeles, llevó tan al límite a Ewing que le obligó a jugar lesionado gran parte de su última temporada y mandó a las duchas a Anthony Mason después de discutir con el jugador en medio de un partido. Llegado a este punto Riley planteó a la franquicia algo parecido al poder absoluto y el blindaje económico al más alto nivel. 50 millones en los siguientes cinco años, beneficios del 25% en las acciones de la franquicia y por supuesto control total en cualquier movimiento deportivo. Básicamente, y al igual que había hecho con los jugadores, llevar a la franquicia al límite de sus posibilidades, enfrentarles a un escenario de imposible resolución, tan imposible que Riley ya sabía cuál sería el resultado, porque ya había negociado a espaldas de New York su acuerdo para ser contratado por Miami Heat.


...y volver a ganar.


 

Y es en Miami donde mejor se puede entender su figura y legado. Más que en Los Angeles y en New York es en la franquicia de Florida donde mejor ha podido reflejar su filosofía de supervivencia y lucha descarnada, su sello particular. En una NBA en la que tanto se habla del empoderamiento de los jugadores, Riley, el mayor ejemplo de entrenador estrella jamás conocido, supuso un descarado caso de “tampering” que obligó a Miami a indemnizar a New York económicamente y con una primera ronda de draft, e instauró una rivalidad encarnizada a finales de los 90 que sería la primera de las muchas que han vivido los Miami de Riley (actualmente con Boston, con tres finales de conferencia entre ambos equipos en cuatro temporadas) Riley maneja los hilos de una franquicia a la que ayudó a crecer, en la que supo dar un paso al costado, y donde no tuvo reparos en destituir a Stan Van Gundy cuando consideró que con un roster en el que se encontraban Dwyane Wade, Shaquille O’Neal, Antoine Walker o Alonzo Mourning no se podía aspirar a otra cosa que no fuera el anillo, como así fue en 2006 ganando su quinto título como entrenador jefe (los mismos que Popovich, sólo les superan Jackson y Auerbach), del mismo modo que después de dirigir a la franquicia en el peor año de su historia (el 15-67 de 2008) no dudo en volver a los despachos y apostar por un joven Erik Spoelstra quien con 37 años se convertía en el entrenador más joven de la NBA, sin apenas experiencia más allá de sus años como asistente de Riley y sus recordados, por pintorescos pero igualmente meritorios, comienzos como montador de video para sesiones de “scouting” ante los rivales. Riley confió absoluta y plenamente en Spoelstra para dirigir a un equipo tan reforzado como lo significó la llegada de LeBron James y Chris Bosh y con quien ganaría dos anillos pese a perder sus primeras finales y escuchar voces criticando la falta de preparación de un técnico que actualmente es que el más temporadas lleva en un mismo banquillo tras el sempiterno Greg Popovich. 

 

Porque finalmente la tan cacareada “cultura Heat” lo que viene a demostrarnos es una cierta resiliencia, o quizás conservadurismo, el lampedusiano mantra de que todo debe cambiar para que todo siga igual. Los Heat nos recuerdan lo que cuesta de verdad un relevo generacional (que se lo pregunten a Brown y a Tatum, que se lo pregunten a Antetokounmpo) y que al final la calidad de una buena película de acción depende de cuán grande sea el villano. Unos Miami Heat colados de rondón de nuevo en unas finales de la NBA nos recuerdan, finalmente, que Riley siempre ha estado ahí aceptando ese papel. El de entregarse al lado oscuro de la fuerza.


Moviendo los hilos.



domingo, 25 de diciembre de 2022

LAIMBEER EN CONTEXTO

 

Dentro de los tópicos habituales en el mundo del baloncesto por parte de los aficionados añejos, a los que más justamente hay que considerar ex-aficionados, debido a que no siguen el baloncesto actual más allá de unos eventos muy concretos (un Eurobasket, una Final Four de Euroliga, unas finales de NBA...) está el de mantener en su memoria a Bill Laimbeer en una posición estática e injusta en la historia de este deporte como un simple pívot mamporrero en la pintura de los Detroit Pistons de la segunda década de los 80, uno de los equipos, por otro lado, más fascinantes de todos los tiempos. Me atrevería a decir incluso que no ha habido un equipo en la historia que sin desplegar un juego que podríamos considerar brillante, y que de hecho a los ojos de hoy resulta caduco hasta límites absurdos (y aquí tengo que enfrentar a la realidad a ese ex-aficionado prisionero de la nostalgia recalcando que aquellos Pistons de Chuck Daly que ganaron dos anillos a finales de los 80 a duras penas podría ser equipo de play offs en la NBA actual) que haya sido capaz de generar tantos adeptos, devoción y culto. Y es que aquellos Detroit contaban con un talento muy limitado en unas contadas piezas exteriores, evidentemente Thomas y Dumars, más Vinnie Johnson desde el banquillo y en el alero primero un Dantley que con años a cuestas seguía siendo pura clase, y luego un Aguirre cuyo traspaso por el citado Dantley en febrero del 89 es clave para entender como la franquicia de la MoTown subió ese último peldaño que le faltaba para ser campeones de la NBA. Pero más allá del talento individual, de la capacidad de producir y generar juego, aquella banda de maravillosos macarras desplegaba un encanto seductor, un carisma peligroso y salvaje como el que puede percibirse con el Grupo Salvaje de Sam Peckinpah caminando hacia el cuartel del general Mapache con esa mezcla de nihilismo y pachorra. O mejor todavía y de manera más prosaíca, más canchera, era como si el equipo de hockey hielo de los Baltimore Chiefs que George Roy Hill había dibujado en la despiporrante “El castañazo” se hubiera hecho realidad, pero trasladada a la NBA.


En ese ecosistema pendenciero callejero, de una violencia casi amable, como la del niño que vuelve a casa sangrando porque ha tenido una pelea con el matón del barrio y el padre lejos de reprobarle reconoce orgulloso que un episodio así no contribuye a otra cosa que a aprender y a madurar en eso que entendemos como “la vida”, la figura de Laimbeer encaja como un guante, como el chulo más fino dentro de una pandilla de desarrapados, para empezar porque, claro, y esto es fundamental, Laimbeer lejos de ser un macarra curtido en las calles, un superviviente de callejones oscuros y esquinas en las que brillaba el reflejo de una navaja, era lo que vulgarmente podemos entender como un “niño pijo”. Conocida es su frase “yo soy el único jugador de la NBA cuyo padre gana más que él”. Para el lector que desconozca el motivo, hay que recordar que el padre de Bill, William Laimbeer Sr, era un alto ejecutivo de la Owens-Illinois Inc., la mayor compañía de producción de envases de vidrio del mundo. Un millonario no obstante lo suficientemente demócrata y liberal como para que su hijo pudiera labrase su propio camino en las canchas sin que nadie le regalase nada. Pero ese origen feliz y acomodado de Laimbeer da mayor mérito si cabe a su adhesión a un baloncesto labrado a golpes, sin que pudiera haber mayor contraste con su líder, aquel demonio llamado Isiah Thomas que creció en el West Side de Chicago, uno de los barrios más pobres y conflictivos de la ciudad de Illinois, donde las pandillas acechaban constantemente para reclutar aquellos chavales a los que lo único que se les ofrecía era el “o con nosotros o contra nosotros”. En la biografía de Thomas se relata el escalofriante suceso de aquella noche de 1966, cuando la banda conocida como los Vice Lords se presentó con 25 de sus principales miembros en la casa de Mary Thomas (el padre había abandonado a la familia, otro desgraciado tópico de la NBA que emparenta a Thomas con genios posteriores del tamaño de LeBron James) para llevar a sus filas a alguno, o algunos, de los siete hijos varones de la señora Thomas, entre los que se encontraba el pequeño Isiah. Y de hecho algunos sucumbieron y se arrojaron a aquel mundo cruento de las calles en las que se vieron manejando con la misma facilidad un revolver que una jeringuilla. Thomas significaba en ese aspecto el ejemplo de superación, de salvación a través del baloncesto, una salvación que Laimbeer, quien disfrutaba de una plácida infancia y mejor educación posible en el tranquilo barrio de Clarendon Hills, a las afueras de, también Chicago, nunca necesitó.


Bill Laimbeer pudo haberse dedicado a cualquier cosa que le hubiese apetecido con la tranquilidad del colchón financiero familiar, sabedor de que siempre tendría una vuelta atrás, un “reset” frívolo que se pueden permitir quienes juguetean pero no arriesgan. Pero su camino estaba en las canchas, y por duro que fuese nada le iba a impedir llegar a la élite, labrándose una carrera en la que absolutamente nada tenía que ver la posición de su padre. La cancha no engaña. En el instituto de Palos Verdes, California, una vez mudada la familia allí, empezó a hacerse un muy pequeño nombre. Una foto en blanco y negro con penosa resolución y Laimbeer realizando un tiro en suspensión es el único documento que permanece en las hemerotecas para quien intente discernir como era el Laimbeer jugador de baloncesto adolescente. Notre Dame, en Indiana, estado de puro baloncesto, sería su elección universitaria, no sin dificultades. Fuera del equipo tras su primer año, tuvo que pasar dos semestres en el Owens Technical College de Toledo, Ohio, antes de ser readmitido con los Fighting Irish, un “college” que por aquellos finales de los 70 era de los más potentes de la NCAA, de hecho Laimbeer llegó a disputar la Final Four por el título de 1978 (la primera en la historia para los de Indiana) que finalmente se llevó el Kentucky entrenado por Joe B.Hill y con jugadores como Rick Robey, número 3 del draft de aquel año o Jack Givens como principales figuras (además de un tal Mike Phillips de enorme recuerdo posterior para el baloncesto español) La estadística oficial deja unas medias de 7.4 puntos y 6.3 rebotes en su etapa universitaria saliendo desde el banquillo. Números nada llamativos que le hacen caer a la tercera ronda del draft de 1979 (el de “Magic” Johnson... y su compañero Vinnie Johnson) elegido por Cleveland con el número 65 por detrás de un buen número de jugadores con una evidente peor carrera posterior. La perspectiva era tan poco halagueña que, como muchos otros jugadores de recuerdo indeleble (Kurt Rambis en Grecia por ejemplo) decide empezar su carrera profesional en Europa antes de dar el salto a la NBA. El recién ascendido Pinti Inox Brescia de la Lega italiana fue el destino elegido después de ser descartado por otros equipos, como por ejemplo el Barcelona. Un joven proyecto donde desarrollar su baloncesto sin presión alguna. Tan joven era aquel proyecto que como tercer entrenador contaban con un chaval de 18 años de la propia ciudad lombarda loco y enamorado del deporte de la canasta. ¿Su nombre? Sergio Scariolo. Aquel equipo debutante llega contra pronóstico a disputar los play offs por el título ante el intratable Varese de Bob Morse y Dino Meneghin. Laimbeer deja unas medias de 21.1 puntos y 12.5 rebotes que intuyen un potencial a punto de liberarse, e incluso más importante, para un chaval de 22 años, la prueba de madurez de jugar en otro país, otro continente, otra cultura.


Un año feliz en Italia.





Vuelta a Estados Unidos donde Cleveland le espera, un equipo con pocas aspiraciones en aquellos primeros 80 y donde no tarda en hacerse titular y un jugador básico en los esquemas de los hasta cuatro entrenadores que llega a tener en apenas temporada y media en la franquicia de Ohio, tan convulso e inestable era el panorama en aquellos Cavs. Entre aquellos técnicos se encontraba quien acabaría siendo figura clave en su carrera, un Chuck Daly despedido en marzo de 1982 después de un pobre balance de 9 victorias por 32 derrotas. Laimbeer no pudo lamentar aquel despido ya que él mismo un mes antes salía de Cleveland en el trade que cambiaría todo en su carrera. La noche del 16 de Febrero de 1982 y sólo 15 minutos antes del cierre de mercado de traspasos en la NBA, Detroit y Cleveland llegaban a un acuerdo por el que los de Ohio recibían a Phil Hubbard, Paul Mokeski y las dos primeras rondas del próximo draft a cambio de Laimbeer y Kenny Carr, quienes hacían las maletas rumbo a la MoTown. El gran nombre parecía el de Carr, con sus imponentes15.2 puntos y 10.3 rebotes por partido. Pero revisando la hemeroteca las declaraciones del general manager de Detroit por aquel entonces, Jack McCloskey, son absolutamente reveladoras. El objetivo del traspaso era hacerse con Laimbeer, pese a presentar unas medias prácticamente la mitad en puntos y rebotes que Carr. Anticipando todo lo que iríamos viendo posteriormente con la irrupción de la estadística avanzada en el mundo del baloncesto, McCloskey reveló que manejaba una particular estadística con diez apartados distintos con valoraciones del 1 al 10 en las que había que sumar un total por encima del 80. Laimbeer pasó aquella peculiar prueba, más allá de que no pareciese un gran anotador o reboteador. 30 años después de aquel movimiento McCloskey recordaba que le había llevado a lanzarse a por Bill: "Lo vi jugar cuando jugamos contra Cleveland. Les ganamos bastante bien esa noche, pero lo vi competir hasta que se pitó el último silbato. Nosotros no teníamos demasiados tipos grandes entonces y tenía que tratar de atraparlo. No tenía un juego de pies elegante ni nada de eso, pero quería ganar". El resto sería historia para una MoTown que vivía ilusionada aquel 1982 el año rookie de Isiah Thomas y que dos años después vería el reencuentro de Daly con Laimbeer. Fichado en el verano de 1984 por Jack McCloskey, arquitecto en la sombra de los “Bad Boys”, el mítico entrenador reconocería en 1995 que el mensaje que le lanzó el GM era claro: había que hacer algo nuevo, especial, distinto, con la defensa. Daly reconocería que no tenía claro que era aquello nuevo que podía hacer y lo buscó no en la defensa, si no en el ataque. Bajando el ritmo de los partidos y alargando las posesiones, mientras la mayoría de los equipos buscaban el aro rival en el menor tiempo posible aquellos Pistons mecidos por la mano de Thomas especularían con el reloj de posesión sin el mínimo descaro. Parecía un pecado mortal para la mejor liga de baloncesto del mundo, un espectáculo congratulado en que el consumidor no pudiera siquiera pestañear. Y sin embargo aquello que pudiera parecer una afrenta al entretenimiento dejó algunas de las temporadas más vibrantes de la historia de la NBA.


En ese contexto gran parte de la memoria colectiva sigue empeñada en recordar a Laimbeer como apenas un mamporrero, una figura más próxima al pressing catch que al baloncesto junto a su compañero de la zona, aquel Rick Mahorn quien si era un jugador limitado y con la defensa y neutralización del rival como principal valor. Pero en Laimbeer había mucho más.


Los 619 triples intentados en sus 15 años de carrera NBA parecen una broma en el baloncesto actual, pero Laimbeer aterriza en una liga que había instaurado la línea de la larga distancia sólo un año antes. Si el intento triple era un recurso muy secundario, una alternativa exterior cuando se cerraban las vías habituales del bloqueo y continuación para finalizar lo más cerca del aro posible, o una bala desesperada buscando épicas remontadas, verlo en manos de un cinco se convertía en auténtico anatema. Laimbeer fue pionero como pívot tirador. Más allá de sus números en la larga distancia, débiles si se confrontan con el panorama actual pero voluptuosos en aquellos primeros años del triple, hay que reconocer el empeño del jugador en abrir una vía que parecía vetada a los hombres altos. En aquel baloncesto de cloroformo que imponía Daly, Laimbeer sabía encontrar su momento en la cabecera exterior desde donde ejecutaría con la larga distancia o incluso ayudaría a la circulación del balón. Sin ser un pívot especialmente dotado y habilidoso en el pase y a sideral distancia de esos bases en cuerpo de pívots que hemos visto desde Arvidas Sabonis hasta Nikola Jokic, Laimbeer era un jugador dotado de eso que se conoce como “IQ” baloncestístico, conocimiento y sentido del juego, hasta el punto de ser el tercer generador de juego principal de los ataques estáticos de Detroit por detrás de Thomas y Dumars. Algo de aquello debía haber pergeñado en su momento McCloskey en su particular escala estadística cuando tuvo claro que hacerse con Laimbeer iba a dar al juego de su equipo una dimensión superior. Aquellos años gloriosos de los Pistons, concretados principalmente en el periodo 1986-90, o alargado incluso al 91 pese a ser barridos por los tiránicos Bulls de Jordan en las finales de conferencia, saldados con cinco finales de conferencia, tres finales por el título de campeones, y dos conquistas del anillo, no se pueden entender sin la figura de un Laimbeer que lejos de la exuberancia física de los Ewing, Robinson u Olajuwon llegó a estirar su record de partidos consecutivos en 685, una de las mayores rachas de la historia, y durante el periodo de 1982 a 1990 no hubo ningún jugador que capturase más rebotes defensivos que él, en una década dominada por pívots de la calidad de los tres citados anteriormente. Encasillar a Laimbeer como un mero jugador defensivo siempre al borde de la legalidad es una injusticia atroz, y propia, en todo caso, de quienes tienen una mirada sobre este deporte muy limitada.


Daly, el mentor.





Y es que se trata de reconocer a Laimbeer mucho más allá de ese nostálgico cromo ochentero y otorgarle su papel en la historia de este deporte. Reconocer ese referido “IQ” que años después hemos visto trasladado a los banquillos, convirtiéndose, y no es gratuíta la afirmación, en uno de los mejores entrenadores de la historia de la WNBA.


Hace 20 años Laimbeer volvía al Palace de Auburn Hills para sentarse en el banquillo del joven proyecto de baloncesto femenino en la ciudad del motor, las Detroit Shock, primero como asistente de Greg Williams, a quien releva en 2002 para convertir a aquel equipo en uno de los mejores de la competición, apoyado en su viejo compinche de la zona como ayudante, el bueno de Rick Mahorn. Por mucho que pudiera parecer una de las parejas más bizarras jamás vistas en un banquillo la trayectoria es absolutamente espectacular. Tres títulos de campeonas en seis temporadas completas de Laimbeer (el primero en 2003 todavía sin Mahorn) reflejan un dominio incontestable, lo que se entiende como una dinastía. Posteriormente cinco temporadas con las New York Liberty, con dos finales de conferencia como mayores logros, y sus últimos cursos en Las Vegas Aces a quienes ha hecho campeonas Becky Hammon, le confirman como uno de los grandes nombres del baloncesto femenino estadounidense. Gloria absoluta para una Hammon quien en su primera temporada como entrenadora principal se ha estrenado con el título, pero justo es reconocer el crecimiento experimentado por la franquicia de Las Vegas de la mano de Laimbeer, llevándolas a las segundas finales de su historia en 2020 (las primeras habían sido en 2008, cayendo precisamente ante las Detroit de Laimbeer) A sus 65 años, y habiendo dejado el banquillo de Las Vegas la pasada primavera (y siendo uno de los principales valedores para que Becky Hammon le relevase), el mítico ex-jugador y entrenador anunciaba que no entraba en sus planes volver a entrenar. Toca dedicarse a su familia y su granja de Michigan, buscando una paz inconcebible en sus años de ardor guerrero protegiendo el aro de Detroit. Cuesta imaginarse al bueno de Bill plantando unos pepinos en una huerta o acariciando el lomo de un caballo, o cualquier otra bucólica actividad propia de una granja del midwest norteamericano, pero lo cierto es que, y este era el objetivo de estas líneas, más allá del cliché del Laimbeer soltando puños y codos, nos encontramos ante un hombre de baloncesto con una inteligencia y clarividencia tales como para lidiar con las aristas de su juego y potenciar sus virtudes que iban más allá del trabajo en cancha propia y se traducían en fecunda producción ofensiva para su equipo. Un jugador a su manera único en una época y en un equipo igualmente únicos en la NBA. El único equipo que consiguió transformar la fealdad, la acritud del juego, en algo fascinante que pudiera sumar cientos de miles de adeptos para su causa por todo el globo terráqueo. Un hombre de baloncesto.


...y la gloria como entrenador.



viernes, 23 de diciembre de 2022

CUENTO DE NBA

 







Primavera de 1987. En la clase de gimnasia de primero de BUP del instituto Álvaro de Mendaña yo corría a paso seguro detrás de José Luis González, “Peque”. Peque era un referente en su juego, una especie de ídolo a pequeña escala, y no recuerdo porque razón, quizás en alguna pachanga o entrenamiento me confesó que también él era seguidor de los de Detroit Pistons. En la Ponferrada de 1986 aquello podía unirnos incluso más que confesarnos devotos de Johnny Thunders.


Aquella mañana yo corría seguro detrás del paso de Peque, al fin y al cabo y a nuestra escala local era mi ídolo. Le había visto dar pases por la espalda, pases sin mirar, o lanzar a canasta sin levantar la vista al aro (este último truco particularmente me lo apropié con estupendos resultados para mi estadística particular), todo ese repertorio insultante y engreído en cuanto a una magia que te abofetea que la habíamos visto por la tele a aquel tal “Magic” Johnson. Evidentemente yo, como buen sátrapa del baloncesto, intenté agenciarme aquellos trucos, por mucho que no me salieran. En todo caso lo de lanzar sin mirar al aro para despistar al defensor y anotar todavía más y engordar aquellas estadísticas anotadoras que me hacían ser máximo anotador partido tras partido y llegar a clase con aquellas pintadas en la pizarra de “Viva Epipepito”, que yo, siendo madridista y siendo mi mayor ídolo Chechu Biriukov, pues tampoco es que me supusieran ningún orgasmo adolescente deportivo (entre otras cosas porque con mi fama de feo, chepudo y desdentado sabía que no iba a suponer ningún aldabonazo en el estatus del insti, simplemente era la historia de un tipo feo y bajito que las metía casi todas)


Peque en ese sentido era otra cosa. Era rubio y guapo y parecía más hijo de California que de la extinta Montaña del Carbón de Ponferrada. Pero para mí sobre todo era otra cosa, era el tipo que daba pases por la espalda, pases sin mirar, y lanzaba a canasta sin mirar al aro. Y cuando acababa un partido cualquiera firmando yo 30 puntos en mi casillero, en realidad envidiaba a aquel chaval sólo porque había dado un paso por la espalda increíble.


Así sucedieron muchas tardes, muchos entrenamientos, muchos partidos...


Y un día, no puedo recordar ni como ni porque, aquel mago de los pases por la espalda con el que compartía cancha me confesó que era seguidor de los Detroit Pistons. Y aquel torpe imitador suyo que no sabía dar pases por la espalda pero metía 30 puntos por partido encontró además del gran referente en la estética del juego al gran aliado de lo que tenía que venir. No podía ser otro.


Y así estábamos en la primavera de 1987 cabalgando en un resuello frágil y fácil para jóvenes atletas como nosotros cuando le susurré a Peque unas palabras proféticas sólo paridas cuando corres en pantalón corto y tus huevos son golpeados por la brisa berciana. Y le dijé: “esta temporada seremos finalistas de conferencia, la siguiente campeones de conferencia y finalistas de la NBA, y la siguiente campeones y ganadores del anillo”. Aquellas débiles palabras, de un flacucho escolta que metía 30 puntos por partido, susurradas al oído de su base que repartía asistencias imposibles y lanzaba sin mirar el aro y yo le imitaba como el gran ursupador del talento que siempre he intentado ser (porque hasta para robar hay que valer), acabaron siendo proféticas. Unas finales de conferencia a 7 partidos frente a los mejores Celtics que yo haya visto (admitiendo aquí que en su día, por edad, no vi a los Russell, Havlicekc, etc), con aquel robo de Bird a Laimbeer en el G5 a falta de 5 segundos para canasta de Dennis Johnson, se lo cargó todo, retardó el dominió Piston pero respetó mi profecía, todavía me duele en el alma esa jugada... las finales del 88 con ese Kareem increíble, con 40 años, sentenciado desde el tiro libre, y el G7 con la canasta de A.C. Green para sentenciar un partido en el que en puridad fueron mejores desde el principio. Pero aquella hoja de ruta pergeñada desde el patio del Álvaro de Mendaña, susurrando al oído del mejor jugador que podía ver a mi lado en la cancha, y él único que en 1987 confesaba ser de unos Pistons que acabarían siendo equipo de moda, me sigue reconfortando y recordando porque sigo considerando que no hay deporte más mayúsculo que este y una competición a la altura de la NBA.


No la hay, no se puede entender si no como en 1987 dos flacuchos esmirriados, uno que daba pases por la espalda y otro que metía 30 puntos por partido, con apenas 13 o 14 años se declaraban fans de unos Detroit Pistons que jugaban a miles de kilómetros de nuestra casa. Pero tan cierto como que no puedo concebir mi vida sin los Jam, los Who o los Ramones, lo es que aquellos Detroit del periodo 87-90 dejaron una huella tan indeleble en mi vida como aquellos pases sin mirar de Peque, y no diré que es lo mejor que he visto nunca en este deporte porque gracias a Dios después he podido disfrutar muchas cosas a la atura o superiores, como el Madrid de Laso sin ir más lejos.


Feliz Navidad, y en 2022, por Dios, seven seconds or less... ni un paso atrás con el basket de especulación.


A lo loco se vive mejor.


lunes, 5 de diciembre de 2022

DIEZ EQUIPOS

 

El lector habitual de este blog, si lo hubiere, habrá advertido un notable descenso en la actividad del mismo, cosa por lo que ya nos hemos fustigado públicamente en ocasiones. Hemos encontrado no obstante un buen escenario para seguir conectados a la actualidad baloncestística colaborando en el podcast semanal  Zona 3-2, normalmente grabado los lunes por la tarde y colgado en la red los martes por la mañana. Esta semana no emitimos, por lo que para matar el gusanillo traemos una pequeña entrega poniendo el foco en los diez equipos más calientes ahora mismo en Europa. 



FENERBAHCE: balance temporada 18-3

Inevitable comenzar con el actual líder de Euroliga, que en once jornadas en el máximo torneo continental sólo ha claudicado ante los dos grandes de la ACB, cayendo por un punto en Barcelona y hace unos días en su feudo ante un Real Madrid al alza. El rodillo de Itoudis se impone también en la BSL turca, con un impoluto 9-0 hasta la fecha. Eso sí, el único título disputado hasta la fecha, la Supercopa de su país, se la llevó el Efes de Ataman. A nivel colectivo destaca su casi 40% desde el triple tanto en Euroliga como en competición doméstica, con jugadores como Wilkebin lanzando por encima del 50% en BSL (17 de 33) y del 40% en Europa (26 de 64), Mahmutoglu alrededor del 45% en ambos escenarios e incluso Calathes sorprendiendo con su 14 de 29 en Euroliga desde la máxima distancia. Aunque dentro de un gran rendimiento colectivo los mayores focos apuntan a un Jonathan Motley quien tras una brutal campaña en Lokomotiv Kuban (dejó unas medias de 21.2 puntos y 7 rebotes en Eurocup) confirma sensaciones de power-forward referencial clavando prácticamente sus estadísticas en liga doméstica y continental, con 14.4 puntos en ambas competiciones y 5.9 rebotes en Turquía y 5.5 en Europa, pero necesitando tan sólo 22 minutos en cancha. Y todo ello sin contar todavía con un Bjelica que no acaba de recuperarse de su lesión en el gemelo.

 

REAL MADRID: balance temporada 17-5

Es imposible no resistirse a pensar que podría hacer un entrenador del calibre y el carácter de Pablo Laso con un equipo con un perfil físico tan fascinante como este “forwarizado” Real Madrid capaz de fabricar baloncesto de seda con quintetos plagados de jugadores por encima de los dos metros, pero hay que darle todo el crédito a un Chus Mateo capaz de sobreponerse al ruido alrededor suyo. De momento han levantado la Supercopa ACB, están a la estela del líder Tenerife en competición doméstica y en Euroliga suman ya seis victorias consecutivas. Y a la espera de recuperar a Alocén, Rudy, Hanga, Yabusele y Randolph, quienes ya solos de por si conformarían un quinteto de total garantía. Dentro de la coralidad blanca destacan los 15 puntos por partido en Euroliga (15.2 en ACB, estadísticas casi miméticas) de Dzanan Musa, pieza clave de Mateo en este comienzo de curso junto a Deck y Tavares, los jugadores más regulares del equipo madridista (sin olvidar a Yabusele hasta el momento de su lesión)


OLYMPIACOS: balance temporada 16-4

 Admitamos que su actual 7-0 en liga griega no impone demasiado (precisamente hoy día 5 de Diciembre se enfrenta a su único rival potencial, Panathinaikos), pero hablamos de un equipo que ha conquistado la Supercopa helena por primera vez en su historia (ganando con solvencia además al citado Panathinaikos por 15 puntos) y que en Europa vuelve a sorprender con un 7-4 que apunta a volver ser equipo de play-offs por segundo año consecutivo y en los dos años después del adiós de la leyenda Spanoulis. El ADN competitivo sigue intacto y Bartzokas (quien ya sabe lo que es levantar el máximo trofeo continental con el club del Pireo, 2013) ha encontrado un núcleo absolutamente fiable en la dirección de Sloukas (13.4 puntos y 6.8 asistencias en Euroliga), la fortaleza interior de Moustapha Fall (71.2% en tiros de campo, siempre cerca del aro) muestra de un baloncesto europeo que vuelve a contar con la importancia del cinco puro, y sobre todo el nivel estratosférico de Sasha Vezenkov, jugador más valorado hasta el momento de Euroliga con 19.9 puntos, 8.2 rebotes, 2.2 asistencias y 1.4 robos para una brutal valoración media de 26.6. Rodeados además de secundarios tan contrastados como Papanikolau, Walkup, Bolomboy, Peters o McKissic, está claro que estamos ante un equipo top continental.


MÓNACO: balance temporada 17-5

 Para muchos la gran revelación de la actual temporada en Euroliga, para otros la confirmación de los visto el pasado curso, cuando estuvieron a punto de cargarse a todo un Olympiacos llevándole a una agónica serie de cinco partidos. El “otro Obradovic”, Sasa, maneja con buen tino un equipo en el que impera tanto talento como anarquía ofensiva, ejemplificada sobre manera en el genio disoluto de Mike James (17.9 puntos y 4.4 asistencias por partido en Euroliga, 14.1 y 6.4 en competición doméstica) pero acompañado también de claros “jugones” exteriores como Elie Okobo o Jordan Loyd. En ese contexto gana importancia la figura del infravalorado estajanovista John Brown III, una navaja suiza que merece ser considerado élite defensiva. Súmenle una tripleta interior tan abnegada como eficiente como es la formada por Moerman-Motiejunas-Donta Hall y tienen uno de los equipos más excitantes del continente.

 

BARCELONA: balance temporada 16-7

No acaba de romper el equipo de Jasikevicius, arrastrando además la mancha de perder la Supercopa ACB en otra remontada madridista, pero aparece bien posicionado en los puestos altos de la tabla tanto en Euroliga como en ACB, recuperando poco a poco la mejor versión de Cory Higgings y con un recién regresado a las pisas Mirotic. El peso hasta este momento lo han llevado especialmente los bases, un Laprovittola en modo ametralladora (tremendo 46.4% en triples en Euroliga con nada menos que 69 lanzamientos intentados) y pasador (4.6 asistencias en Europa), un Satoransky aportando en todo (máximo reboteador de su equipo en Euroliga) y un Jokubaitis al que Saras foguea sobre todo en ACB (ahí lo tenemos jugando casi medio partido promediando 7.6 puntos y 4.5 asistencias) Puede extrañar ver a un equipo así sumar ya siete derrotas en lo que va de temporada pero con este nivel en los bases, la progresión en la adaptación de Da Silva, y la recuperación de la forma de Higgings y de la figura de Mirotic afrontan el invierno como uno de los equipos de más garantía del continente.


LENOVO TENERIFE: balance temporada 12-2

Líder ACB con el 90% de victorias y sólo cediendo un partido de Basketball Champions League en Grecia ante el Peristeri de Spanoulis. Vidorreta mantiene un bloque de ritmo alto y excelencia exterior (45.5% en triples en BCL, 38.6% en ACB) en el que sumar un efectivo como Jaime Fernández ha sido todo un acierto, aunque la clave sigue siendo la increíble dilatación en el tiempo de la pareja Huertas-Shermadini. Y si hablamos de bases “puros”, el dúo Huertas-Fitipaldo no tiene parangón en la ACB.


ANADOLU EFES: balance temporada 13-7

Lo querían enterrar (una vez más) pero el Efes ya está de vuelta, y con un roster que si no puede parecer tan largo como en temporadas anteriores, si parece al menos superior en su potencial quinteto titular Micic-Larkin-Clyburn-Polonara-Zicic. Sorprende el bajo rendimiento (y minutaje) del italiano, con sólo 12.6 minutos por partido en Euroliga (en BSL se va a los 26.5) La baja de Larkin, no puede ser de otro modo, es otro condicionante para explicar su mal comienzo de temporada. Con todo y aun así levantaron la Supercopa turca para abrir el curso y ya están terceros en competición doméstica y sextos en Euroliga. Acaba de perder en casa 111-112 tras doble prórroga frente a un muy reforzado Pinar Karsiyaka (han llegado Kuzminskas, Ángel Delgado, Jaylon Brown, Errick McCollum…) en uno de los partidos de la temporada.

 

VIRTUS BOLONIA: balance temporada 15-7

Pese a cotizar a la baja en Euroliga ahora mismo con tres derrotas consecutivas que les han sacado de puestos de play offs, hablamos del líder invicto de una recuperada Serie A italiana y del vigente campeón de la Supercopa transalpina. Contrasta la sobriedad doméstica con la irregularidad continental, achacable quizás a la elevada edad de algunas de sus piezas maestras. Con Teodosic (35 años) y Belinelli (36) jugando únicamente 15.8 y 11.7 minutos por partido respectivamente en la máxima competición europea (además de perderse varios partidos, especialmente el italiano) Scariolo está encontrando en Jordan Mickey a su mejor soldado, con sus 12.4 puntos y 4.9 rebotes en Lega y 9.2 y 5 respectivamente en Europa.


TURK TELEKOM: balance temporada 13-2

Una de las sensaciones de la temporada, brillando en Eurocup (balance 5-1) y a una victoria del intratable Fenerbahce en la BSL. La primera experiencia como head coach de Erdem Can, alumno aventajado de Obradovic en Fenerbahce (el año pasado estuvo asistiendo en el banquillo de Utah al lado de otro grande como Quin Snyder) no podía resultar más exitosa, pese a no manejar un roster con, sobre el papel, mucho nombre ilustre. Sobresalen en este aspecto un viejo conocido de la ACB como Axel Bouteille (17.7 puntos en BSL, 15.2 en Eurocup) y, evidentemente, la gran figura de Jerian Grant (como le debe estar echando de menos Messina en Milán), el talentoso “guard” norteamericano lidera a su equipo con 13.7 puntos y 6.5 asistencias en BSL y 14.7 y 7.2 en Eurocup. Tyrique Jones en el ala-pívot se confirma como una de las revelaciones de la segunda competición continental con sus 15.3 puntos y 8.9 rebotes por partido.


UNICAJA: balance temporada 11-3

Había ganas de volver a ver a Unicaja arriba en la clasificación ACB (ahora mismo tercero con balance 7-3) pero además es justo traerlo aquí porque su 4-0 en BCL le mantiene como el único equipo invicto dentro de las cuatro competiciones continentales. Seis victorias consecutivas en liga doméstica y 9 en los últimos diez partidos entre ACB y Europa les confirman como uno de los equipos del momento. Mucha coralidad con cuatro jugadores promediando anotación en dobles dígitos en BSL (Brizuela, Osetkowski, Perry y Kalinoski) y tres en ACB (Carter, Djedovic y de nuevo Osetkowski, confirmando al ala-pivot norteamericano con origen alemán como una de las revelaciones de la nueva temporada)



Dylan Osetkowski brilla en Málaga.


 

sábado, 1 de octubre de 2022

LUCES Y SOMBRAS DE UN EUROBASKET ESPECTACULAR

 

Cinco años de espera bien merecieron la pena para disfrutar de uno de los torneos continentales más espectaculares que podamos recordar. Vamos a tratar de realizar un pequeño repaso a este Eurobasket basándonos en los tópicos de las decepciones y las sorpresas, y pasando más por alto las selecciones que, digamos, han cumplido y si bien no han sido capaces de romper su particular techo tampoco pueden considerar su paso por el torneo un fracaso.

 

Antes de nada y ya que no nos dio tiempo a completar nuestro power ranking particular (lo dejamos en los primeros diez equipos) les recuerdo que en el podcast especial de Zona 3-2 ( https://www.ivoox.com/especial-eurobasket-2022-audios-mp3_rf_91686970_1.html ) pueden escuchar esa clasificación previa entera, del 1 al 24, para demostrar así lo errados de nuestros pronósticos respecto a las posibilidades de algunas selecciones (especialmente Polonia)

 

Ya entrando en materia, quizás la gran decepción sea Eslovenia, por caer precisamente ante una selección de un rango a priori tan inferior como Polonia. Después de dominar el bien llamado “grupo de la muerte” (de hecho dos de los semifinalistas salieron de ese grupo B), con cuatro victorias y una sola derrota ante una sorprendente Bosnia Herzegovina, parecía que tenían un camino franco hasta las semifinales, con Bélgica en octavos y el vencedor del Ucrania-Polonia en cuartos. Los leones de Dario Gjergja ya avisaron de lo que le iban a costar avanzar, cuando entraron al último cuarto con un marcador apretado e incluso todavía siendo capaces de ponerse por delante a falta de nueve minutos, pero un parcial de 17-0 liderado por Doncic (5 puntos y 3 asistencias durante dicho parcial) rompió el partido para llevarlo a ese 88-72 final. Habían sufrido pero ya estaban en unos cuartos de final que nos dejaron el resultado más sorprendente de todo el torneo, con el 87-90 que dejaba a los hasta el momento vigentes campeones fuera de la lucha de las medallas. Doncic, lesionado y eliminado por faltas viendo los últimos tres minutos desde el banquillo, fue injusto blanco de las críticas, cuando él mismo ha sido el primero en arogarse todas las responsabilidades del batacazo de su equipo. Luka no es un superhombre y cabe plantearse si podremos seguir disfrutando del mejor jugador europeo de este siglo con esta regularidad durante todo el año. No obstante su torneo ha sido una vez más superlativo, dejando una actuación especialmente estratosférica ante Francia (47 puntos, segunda mayor marca de la historia tras los 63 del belga Eddie Terrace en 1957)

 

Doncic entonó el mea culpa.


Decepción también en los otros dos rosters liderados por las otras grandes estrellas NBA.  Serbia de hecho no fue siquiera capaz de pasar la primera ronda eliminatoria, si bien en su debe puede decir que su rival, Italia, tiene más caché que Polonia, pero tratándose del gran favorito para la FIBA (nosotros les pusimos segundos) el fracaso es evidente. Tras una fase de grupos que fue un paseo, cuando llegó la primera prueba de fuego la apuesta de Pesic por basarlo todo en el eje Micic-Jokic colapsó, con el base de Efes naufragando ante la defensa de los de Pozzecco (1 de 8 en triples) No creo que sea ventajista ahora acordarse de Teodosic, es que Teodosic tiene calidad de sobra para estar en el roster serbio y fue una decisión de Pesic dejarle fuera basado en cuestiones más jerárquicas que estrictamente deportivas. La Grecia de Antetokounmpo por su parte se la pegó frente a una grandísima Alemania, después de un torneo atractivo (ha sido el equipo máximo anotador con 92,3 puntos de media) en el que junto a Serbia fue el único equipo invicto de fase de grupos, se encontró con una correosa Chequia en octavos, a la que supero no sin dificultades, para luego sucumbir ante una Alemania más coral y física (tremenda la diferencia en el rebote, 32 a 46 para los germanos) Anteto, eso sí, ha acabado siendo el jugador con mejor valoración media (32.7) y anotación (29.3) del torneo, lo que le ha valido para ser integrante del mejor quinteto del campeonato. Hay que remontarse a 2013, con Goran Dragic, para encontrar un jugador que sin estar en semifinales entra en dicho quinteto (aunque en aquella edición se jugaban partidos para delimitar la clasificación final, en la que Eslovenia fue quinta) Lituania podría considerarse otra decepción dadas sus expectativas y calidad del roster, claro que vivir en el grupo B ya condicionaba un tanto sus posibilidades y caer a la cuarta plaza les llevó a enfrentarse con los a la postre campeones. Vendieron muy caras sus derrotas ante Francia, Eslovenia y Alemania (tras doble prórroga) y vencieron fácil a Hungría y Bosnia Herzegovina. España sólo pudo superarles también en la prórroga, de modo que parece que les ha faltado un punto de competitividad en los momentos decisivos. A nivel individual, Valanciunas sigue siendo el auténtico jefe, y Domantas Sabonis vuelve a estancarse con la elástica nacional y no acaba de ser el segundo espada esperado.

 

Otras pequeñas decepciones, a menor nivel, las podemos encontrar en República Checa, pese a su buena imagen en octavos ante Grecia, pero por contra en la fase de grupos de Praga en la que ejercían de anfitriones quedaron cuartos, pasando a los cruces gracias a una victoria ante Holanda, que se daba por descontado, y a saber reaccionar a tiempo en la “final” ante Israel. Claro que más decepcionante es el caso precisamente de los hebreos, incapaces de clasificarse en un grupo asequible. Otros anfitriones como Georgia también decepcionaron al no pasar de fase en un grupo como el A que también parecía de los más fáciles, más allá de la lesión de Shengelia. Casos como el de Turquía o Croacia parecen ya no tener remedio, volviendo a decepcionar a la hora de la verdad. Especialmente sangrante es el caso de los de Mulaomerovic, selección plena de talento pero presa de una apatía constante. Por último, ¿podemos meter a Francia en el grupo de las decepciones?, al menos sí parece claro que su torneo deja una sensación agridulce. No parece justo hablar de fracaso en una selección que se acaba colgando la plata, pero viendo como sus principales rivales por el oro (Serbia, Eslovenia, Grecia…) iban besando la lona, parecía que se encontraban ante una oportunidad única para volver a subirse a lo más alto del podio continental, y en una edición con un aroma mucho más histórico que aquella de 2013. Una vez más España ha sido su bestia negra. Más allá del resultado final, que es tan brillante como esa plata que han conquistado, su juego no ha acabado de convencer y se han empeñado en vivir en el filo demasiado tiempo. Victorias ante Hungría (con susto final), Bosnia Herzegovina y Lituania en fase de grupos, con una derrota inapelable ante Alemania e incapaces de sujetar a Doncic en su duelo ante Eslovenia. Antes de llegar a unas cómodas semifinales ante Polonia, Turquía e Italia (esos tiros libres de Fontecchio) les llevaron a la prórroga. Además queda su mala imagen no permaneciendo en la entrega de medallas a España, y el vergonzoso caso Heurtel, quien había asegurado que no firmaría por el Zenit de San Petersburgo para poder disputar el Eurobasket, para una vez finalizado el torneo conocer la noticia de que ya estaba hecho, confirmando que es el mayor embustero y elemento tóxico del actual baloncesto europeo.

 

Y vamos con lo positivo. Evidentemente España escribe una de sus páginas más gloriosas en la historia del baloncesto nacional. Con un roster renovado a la fuerza, más parecido a una convocatoria de ventanas FIBA que a un gran torneo de verano, y con el (admitámoslo así) paso atrás que supone la nacionalización de Lorenzo Brown para paliar las carencias en el base. De hecho Lorenzo, incluido en el mejor quinteto (y absolutamente letal en octavos ante Lituania y semifinales frente a Alemania con 28 y 29 puntos respectivamente) es el único jugador con cierto peso y minutaje y rol de titular entre los NBA y Euroliga (lógicamente los Hernángomez y Garuba, aunque actualmente residuales en Estados Unidos, en Euroliga serían jugadores con muchísimos minutos en cualquier club) El oro español, al margen de lo épico y sorpresivo en la cancha, está plagado de pequeñas historias personales, como la de Alberto Díaz, uno de los primeros descartes y posteriormente repescado tras la lesión de Llull con un rol defensivo muy claro pero que ha sabido explotar muy bien sus opciones en ataque, especialmente cuando se ha visto flotado por los rivales, pero también a la hora de encarar aro tirando de “bombitas”. España ha explotado de inicio el juego interior con un soberbio Willy, a la sazón MVP del torneo (17.2 puntos con un 63.7% en tiros de campo, y 6.9 rebotes por partido, 19.7 de valoración media… en sólo 21.7 minutos por encuentro), y a partir de ahí y aprovechando como las defensas rivales se cerraban sobre nuestros pívots los exteriores comenzaron a aprovechar sus ocasiones. Lorenzo Brown ha finalizado con un brillante 46.2% en tiros de campo, pero es que Alberto se ha ido nada menos que a un 52.9%. Números impropios para los bases. Lorenzo y Alberto han sido, qué duda cabe, “la extraña pareja”, un matrimonio de bases con el que nadie hubiera podido contar hace un año pero que se ha convertido en la pareja de moda del torneo. El gen competitivo del ADN español se ha demostrado que no es un tópico, y la pizarra de Scariolo ha hecho el resto. Eso sí, con la inestimable ayuda de un equipo técnico en el que ha sobresalido la figura de Luis Guil, especialista en la tarea defensiva.


Las pizarras del oro


 

Hablando de pizarras, la del canadiense Gordon Herbet en su debut con la selección de Alemania ha brillado considerablemente. Por momentos han parecido invencibles, realizando el mejor baloncesto del torneo y mandando en la mayoría de los partidos. Schroder se ha redimido como líder, quitándose el regusto amargo de 2015, cuando sus fallos en los tiros libres también como anfitriones en Berlín abrían el camino de España a las eliminatorias y dejaba a los alemanes en la cuneta de la primera fase. Supera su techo de 2017 cuando no pasaron de cuartos, también con España como verdugos. No obstante la gran noticia en el roster alemán está en Franz Wagner y ese perfil de unicornio que pudiera recordar levemente al mito Nowitzki (ojo a su 19 de 41 en triples acumulado durante el torneo), con 21 años sus 15.2 puntos y 4 rebotes por partido hacen concebir esperanzas en el baloncesto germano sobre un nuevo líder que les pueda llevar a algún escalón del podio incluso más alto que este reciente bronce.

 

Polonia se queda fuera de los metales pero ha protagonizado otra de las grandes historias del torneo. No llegaban tan lejos en un Eurobasket desde la década de los 60, cuando lograron tres medallas consecutivas en los mejores años del baloncesto polaco. Pese a las palizas recibidas por Serbia y Finlandia supieron rentabilizar sus victorias ante Holanda, Chequia e Israel para obtener un buen cruce en octavos ante Ucrania, y después dar la gran campanada del torneo con su victoria frente a Eslovenia, cincelada en un Mateusz Ponitka extraterrestre. Descomunal triple-doble de 26 puntos, 16 rebotes y 10 asistencias, el tercero en la historia del torneo pero el primero en cruce eliminatorio. Kukoc en el 95 se lo hace a una Finlandia que acaba sin ganar un partido en la fase de grupos y el rumano Mandanche en el último Eurobasket lo hace ante Montenegro también en fase de grupos en un partido que su equipo pierde de 17 puntos.

 

¿Podemos hablar de una selección que cayendo en fase de grupos se va a casa como una de las sensaciones del torneo?, sin duda es el caso de Bosnia Herzegovina. Pese a estar en el complicadísimo grupo B llegaron a la última jornada con todas las opciones, jugándose el pase ante una Lituania a la que obligaron a dar su mejor cara. Un país necesitado de alegrías baloncestísticas que nos sigue poniendo la piel de gallina cada vez que recordamos lo sucedido en 2015 cuando la selección U16 liderada por Musa ganó el oro europeo llevando a las calles de Sarajevo a miles de aficionados a celebrarlo. Hablamos de un campeonato cadete. Claro que si hablamos de alegrías, para Ucrania simplemente estar ahí ya ha sido un éxito y una pequeña válvula de escape para un país europeo que sigue viviendo una injusta e injustificada guerra, pero además ganaron los tres primeros partidos del torneo (entre ellos a Italia) y pasaron con nota la fase de grupos. Los casos de selecciones como Italia o Finlandia dejan una sensación final de cierta tibieza tirando a calor, sobre todo en el caso de los fineses. Por primera vez alcanzan unos cuartos de final, pero más que una sorpresa parece una consecuencia del trabajo bien hecho y el crecimiento del baloncesto del país nórdico en los últimos años. Markkanen, un superclase al que siempre se le ha puesto bajo sospecha en la NBA, trituró a cada uno de sus rivales, especialmente a Croacia en el partido que rompía el techo finés de octavos de final (43 puntos y 9 rebotes) Para Italia llegar a cuartos de final tampoco supone ninguna sorpresa, y se van con el regusto amargo de incluso haber podido llegar más lejos, pero el retorno del baloncesto transalpino a la élite es una realidad y dejan como punto álgido su victoria de octavos ante Serbia, con aroma a épica y Pozzecco expulsado por los árbitros entre lágrimas.


Pozzecco y la épica