martes, 27 de septiembre de 2011

DE COMO UNA BOMBA FUE CAPAZ DE UNIR A SPIELBERG Y A BERLANGA

Aunque va tocando cambiar el chip e ir pensando en la Liga Endesa próxima a comenzar con la celebración de la Supercopa el próximo fin de semana en Bilbao, seguimos exprimiendo en cierta manera el exitoso Eurobasket de Lituania que tan buen sabor de boca nos ha dejado a los aficionados españoles. Lo hacemos movidos entre una especie de orgullo patrio y el paladeo de un plato que tan buen gusto te deja en el cuerpo. Un campeonato de tan buen nivel y con tantas cosas positivas para nuestro baloncesto bien merece seguir siendo recordado y disfrutado, como esa última calada de un cigarrillo, o el poso con orujo que queda en nuestra taza de café.    

¡Bomba va!


El pasado Eurobasket ha significado la consagración total y absoluta, si es que esto no se hubiera producido ya, de nuestro capitán, Juan Carlos Navarro, coronado como jugador más valioso del torneo, agrandando su leyenda y engordando su palmarés por partida doble, en lo colectivo y en lo individual. Aún estando en Septiembre, no cabe duda de que a final de año, cuando se hagan los habituales resúmenes y análisis sobre como ha discurrido el 2011 en materia de baloncesto, estamos convencidos de que el hombre del año en nuestro país será él. Parece lógico tras un año en el que le hemos visto levantar los títulos de Copa del Rey y Liga ACB (siendo MVP de las finales de esta última), y ganar el Eurobasket de Lituania siendo igualmente elegido como el jugador más valioso. Así a sus 31 años nuestra particular Bomba alcanza la madurez y la excelencia en su juego, un juego que prácticamente ha mantenido el mismo perfil, la misma dimensión, además de una regularidad siempre acompañada del triunfo, lo cual hace que no sea ninguna barbaridad pensar en Navarro como el mejor jugador exterior del baloncesto FIBA de lo que llevamos de siglo XXI. Posiblemente el mayor palmarés en activo en cuanto a títulos de club y medallas con su selección. Sobre eso trataremos algún día de estos, y lo compararemos con los Papaloukas, Jasikevicius, Siskaukas o Diamantidis, pero así, “a porta gayola”, me atrevería a poner la carrera de Navarro por delante de la estos genios. 

Asimilando mentalidad ganadora.


Números y títulos al margen, hoy queremos centrarnos en el Navarro jugador por encima de todo. En ese estilo y tipo de juego a menudo indefinible, y casi siempre indefendible, y en una evolución hacia su mayor nivel rebasada la treintena, curiosamente tratándose de un jugador que apenas ha evolucionado en su juego. Es decir, no estamos hablando de un baloncestista que con los años haya ido ampliando su repertorio, o trabajado más aspectos de su juego. Es decir, y por poner ejemplos cercanos y recientes, no es el caso de un Marc Gasol, al que últimamente le hemos visto exhibiciones pasadoras a lo Arvydas Sabonis. Tampoco es el caso, para ser más justos y fijarnos en jugadores de su misma posición, de cestistas como los Yotam Halperin, Drew Nicholas, o en nuestra liga Roger Grimau, o saltando el charco DeShawn Stevenson. Jugadores de marcado rol ofensivo al principio de sus carreras, que han tenido que ir adaptando su juego a labores más sacrificadas y menos lustrosas y aparentes, al menos en el apartado estadístico. El juego de Navarro ha sido siempre el mismo, exactamente igual, le vemos ahora y le recordamos tal cual hace diez, o doce años, cuando su descomunal talento comenzaba a aflorar. Ese tipo de evoluciones para sobrevivir en el mundo del baloncesto, adaptarse a lo que el equipo pudiera requerir para seguir contando con minutos en la cancha, Navarro no la ha necesitado. Siempre ha hecho lo mismo, y, no nos cansamos de repetirlo, siendo un jugador sin grandes condiciones físicas, lo cual podría resultar un grave condicionante en cualquier otro deportista, pero no en quien vive de puro talento.  

Viviendo a la pata coja.


Entonces, ¿realmente ha evolucionado Navarro a lo largo de los años sí o no?, evidentemente ha evolucionado y ha mejorado, pero su juego es exactamente el mismo, sólo que potenciado casi hasta su tope, hasta su máximo nivel, ese que aún no ha alcanzado, porque jugadores de este tipo que mantienen como principal arma la calidad en el tiro y en los fundamentos del uno contra uno, lejos de perder calidad con los años, la ganan precisamente en esos aspectos del juego de los que viven. El caso de Navarro es en cierto sentido comparable al de Dirk Nowitzki, otro de los grandes triunfadores del año, y otro ilustre treintañero que con el paso del tiempo parece alcanzar su mejor versión. Ambos casos, el del escolta español y el del ala-pivot alemán, corroboran una verdad irrefutable del mundo de la canasta: en un jugador de baloncesto la única cualidad que no sólo no se pierde con el paso de los años, si no que mejora, es la del tiro. El rubio jugador de los Mavericks es además, al igual que el protagonista de nuestra entrada, un cestista con un tipo de juego muy concreto y que apenas sufre cambios a lo largo de su carrera. Su evolución en todo caso es más bien una maximización de sus virtudes, con la adquisición de una experiencia que les permite por otro lado la minimización de sus defectos. Experiencia que les permite además conocerse mejor a si mismos, saber dosificarse física y mentalmente, y sacar lo mejor de su repertorio en los momentos más importantes. No es casualidad que el mejor Navarro del Eurobasket haya aparecido precisamente cuando comenzaron los partidos a cara o cruz, aquellos en los que no hay margen de fallo, y parecen concebidos para jugadores sin vértigo ni miedo a las alturas. Pero en lo que realmente se parecen Nowitzki y Navarro es en ese constante desafío a la lógica, ese pulso a la probabilidad del fallo. Han sido capaces de construír una mecánica de tiro prácticamente indefendible, una comunión perfecta entre la muñeca y el balón, tal es así que no les importa lanzar a canasta a la pata coja, desequilibrados, etc... algo absolutamente ilógico, irreal, casi de ciencia-ficción.  

Claro que si hablamos de tirar a la pata coja, nadie como Dirk.


A menudo se compara a Navarro con el futbolista Xavi Hernandez. Ambos son de la misma quinta, del 80, representan el nuevo y exitoso barcelonismo, que vive sus mejores tiempos en su larga historia gracias a haberse librado de victimismos y complejos, son el orgullo de su cantera y han desarrollado toda su carrera en ese club (excepto el año NBA de Navarro, una espina que el genial escolta se quiso quitar y una vez matado ese gusanillo volvió a su habitat natural donde compite por todos los títulos posibles cada temporada) y son dos deportistas que huyen del estatus de estrellas, conscientes realmente de ser unos privilegiados por la vida que les ha tocado vivir y poder dedicarse a lo que más les apasiona en el mundo, uno, meter canastas, el otro, dar pases milimétricamente calculados, y en ambos casos, la necesidad e imperiosa exigencia de ganar para sentirse realizados, pero no ganar de cualquier manera, si no a través de su ideal de juego. Por ello lejos de vivir constantemente enfadados con el mundo disfrutan y hacen disfrutar a los aficionados con su juego, que parece a veces una prolongación de su propia vida o personalidad. En pocos casos como los de estos dos hombres además encontramos una distancia mayor del prototipo del deportista atleta. No son ejemplos de eso que se suelen llamar “físicos privilegiados”. Y por supuesto, y esto es lo más importante, ambos han puesto su enorme talento al servicio de nuestras respectivas selecciones nacionales, y se han convertido en los mejores representantes del nuevo ADN ganador del deporte español, son un poco la identidad de nuestro futbol o baloncesto, aunque si queremos ser realmente fieles a los símiles futbolísticos, la genialidad con ciertos rasgos anárquicos e individualistas de Navarro, acompañada de su capacidad para ver al mejor compañero cuando las defensas se cierran sobre él (recordemos que tanto Rudy como él han sido los mejores pasadores de la selección en el Eurobasket), le convierten más en un Messi de la canasta, por su figura de finalizador más que creador, pero también de ser capaz de dar el pase definitivo (en aspectos futbolísticos eso hace de Messi un auténtico “punto y aparte” en el mundo del futbol y por eso mantiene una distancia sideral sobre los demás, Cristiano Ronaldo incluído, al tener la capacidad goleadora de los mejores delanteros de la historia, siendo capaz de romper todos los registros en ese sentido, pero además siendo capaz de dar pases que firmarían Zidane, Michael Laudrup o Francescoli... es decir, Messi es gol, pase y visión de juego todo en uno, el mejor goleador y el mejor pasador dentro del mejor equipo, lo nunca visto) 

El nuevo referente.


En definitiva lo que admiramos de Navarro es esa capacidad para evolucionar y mejorar constantemente desde sus limitaciones que le confieren un juego monodimensional. Navarro no es en absoluto ningún todoterreno ni un jugador especialmente completo, pero reverdece la gloriosa figura del escolta anotador puro europeo de toda la vida. Pertenece al árbol genealógico por cuyas ramas transitan los nombres ilustres de Dalipagic, Antonello Riva, Drazen Petrovic o Nikos Gallis. Por otro lado tampoco es justo considerar a Navarro únicamente como un anotador, ya que un jugador que se mantiene como imprescindible a lo largo de su carrera para entrenadores como Aíto, Pesic, Ivanovic, Pepu, Xavi Pascual o Scariolo, todos ellos coachs exigentes con el trabajo en ambos lados de la cancha, no cabe duda de que es un jugador que entiende el juego en equipo y la importancia del sacrificio atrás. Como suele ocurrir con todos los grandes jugadores ofensivos, se da por sentado que apenas defienden, tampoco es que Navarro sea un especialista defensivo, pero no es mal defensor, como a veces se le ha querido acusar, con una enorme ligereza.   

Los primos lejanos de La Bomba


Es curioso, comencé este texto anoche lunes, y lo retomo hoy martes. Los martes ya sabrán los aficionados que es el día que llega a los kioscos la conocida revista “Gigantes del basket”, la única publicación específica sobre baloncesto que ha logrado sobrevivir nada más y nada menos que durante más de 25 años y que con cuyas páginas hemos crecido más de una generación de fans de la canasta. Pues bien, leo en la Gigantes de esta semana unas palabras de Ángel Palmi (director deportivo de la FEB y personaje fundamental para comprender el actual éxito del baloncesto español) que me dan la razón en mi planteamiento a priori tan extraño sobre Navarro como jugador que ha evolucionado sin evolucionar. Afirma Palmi que el juego de Navarro es absolutamente igual que la primera vez que le vio jugar, en el campeonato autonómico cadete de la temporada 95/96, donde le metió 40 puntos a la selección de Madrid. El de Navarro ha sido siempre un talento descomunal, pero que de no haber ido acompañado de la ambición y mentalidad ganadora que atesora no le habría llevado a su estatus actual. Y todo ello desde la más absoluta tranquilidad, con una insólita convivencia con la rutina del triunfo. Lo explicó perfectamente Bozidar Maljkovic tras el partido que enfrentó a la Eslovenia que dirigía contra España en cuartos de final, dejando una de las mejores frases del torneo. “Con Navarro siempre es igual, llega antes del partido y me saluda muy atento y muy educado y me da la mano y luego me mete 20 puntos”. En realidad le metió 26… en otros tantos 26 minutos, comenzando su exhibición de tres partidos consecutivos, esos en los que sólo valía la victoria, rozando los 30 puntos por partido.   

Una imagen que se repite desde hace más de una década: Pau y Navarro ganando medallas con nuestra selección.


Hay otro tipo de evolución en Navarro, un tipo de evolución animal, depredadora, la de un tipo tranquilo que en el fondo de su mente lleva impreso un sello de instinto asesino, como uno de esos sicarios de película de Tarantino que es capaz de mantener una natural conversación sobre hamburguesas antes de descerrajarle un tiro a su victima entre ceja y ceja. Se dice que los tiburones atacan cuando les llega el olor a sangre, algo parecido sucede con Navarro, que sabe cuando ajusticiar perfectamente a sus víctimas y darles el tiro de gracia. Un instinto animal y salvaje desarrollado por la experiencia y la veteranía de los años para saber en que momento el rival está a punto de ser doblegado. Es otro tipo de evolución, la del simpático delfín al impío tiburón. Esa es la verdadera naturaleza de Navarro en la pista.   

Oliendo la sangre


En definitiva el triunfo de Navarro es también el del baloncesto en su máxima expresión artística y estética, un puro gozo para los sentidos verle penetrar, fintar, tirar… su repertorio de golpes, de bombas, de movimientos, sus cambios de ritmo, de dirección, sus salidas de los bloqueos, o ese cambio de mano con el balón en bote en penetración, pinceladas del genio para deleite impagable del espectador. El mayor ejemplo de que el talento del jugador ha de surgir de manera natural, y que las pizarras, en muchas ocasiones, mejor dejarlas para los colegios.  Esos en cuyos patios los niños españoles comienzan a hacer sus primeros botes y tiros queriendo imitar a nuestra escopeta nacional, tomando el relevo de quienes lo hicimos queriendo imitar a Petrovic o a Gallis. ¿Acaso puede haber mayor contribución al crecimiento de un deporte en tu país que el de conseguir cambiar toda una mentalidad? 

“La escopeta nacional” y “Tiburón” en la misma cartelera.  

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