lunes, 12 de diciembre de 2011

FÍSICA Y QUÍMICA

Ben Wallace, profesor de Física.


Al hilo de lo que comentábamos en nuestra anterior entrada sobre Pau Gasol y su “puesta en el mercado” por parte del club angelino con el que ha disputado sus últimas y provechosas tres y media campañas NBA, seguimos hoy incidiendo en un mercado pre-season absolutamente frenético y salvaje que roza el canibalismo. Ha sido tanto el tiempo perdido en el lock-out que ahora toca recuperar terreno desde unos despachos que se convierten en trincheras bélicas donde no hay lugar para los sentimentalismos ni los titubeos. La NBA es el mayor espectáculo deportivo del mundo, pero también es un escenario de negociaciones cruento en el que los poderosos atletas de la canasta normalmente nunca tienen la última palabra. Ya lo dijo Kobe Bryant (el único jugador en toda la galaxia NBA con capacidad para vetar su propio traspaso) asediado por la prensa en el primer día del training camp lagunero. No se puede ser blando emocionalmente. Se trata simplemente de negocios. 

Mientras que Billups se dedicaba a la Química.


Comentábamos también que la historia de la NBA está llena de traspasos de jugadores históricos y ganadores de títulos de los que sus franquicias no dudaron en prescindir en cuanto pensaron que tocaba reconstrucción. Mencionaba el caso de Scottie Pippen, por lo que tiene de conocido en el imaginario popular como escudero de Michael Jordan en los Bulls ganadores de seis anillos, pero hay un caso bastante más reciente que para mí, personalmente, me resultó harto doloroso. El traspaso de Chauncey Billups por Allen Iverson. No vamos a volver a repetir todos los argumentos que esgrimí en su día en lo que consideré un error garrafal desde los despachos de la MoTown, desde esa franquicia que tanto he admirado a lo largo de los años, pero lo cierto es que la patada a Billups, MVP de las finales del 2004 en nuestro tercer y último anillo, fue el principio del fin para un club que había jugado nada más y nada menos que seis finales de conferencia de manera consecutiva. Seis finales en seis temporadas que fueron curiosamente las que el gran Chauncey vistió la elástica de la ciudad del motor. Su marcha a Denver por un jugador diametralmente opuesto en su concepción del baloncesto como juego de equipo como ha sido Allen Iverson tuvo consecuencias inmediatas en la hasta el momento exitosa plantilla de Detroit. Eliminados en primera ronda, y a partir de ahí, ausencia de participaciones en post-temporada.   

Con él llego el declive.


A pesar de que la NBA es una liga muy voluble, con franquicias que cambian con facilidad pasmosa de fisonomía y hasta de plaza, hay unos cuantos clubes con los que el aficionado encuentra una fácil identificación. Los casos más claros son Boston Celtics y Los Angeles Lakers, que por supuesto son las dos franquicias con mayor número de títulos en la historia de esta liga (17 los de Massachussets por 16 los californianos) A los verdes célticos se les suele relacionar con el orgullo, el trabajo y la sobriedad, caracterizados en jugadores como John Havliceck, su máximo anotador histórico, jugador que elevó la categoría de “sexto hombre” a la de estrella absoluta, sin ser titular ni un partido, y anticipo de Larry Bird como alero blanco de incontestable oficio ante el aro, Bill Russell, el hombre con más anillos en la historia, ganador de once ligas, posiblemente el mejor jugador defensivo de todos los tiempos y ejemplo de lo que debe ser un cestista para el juego colectivo por encima de los números individuales, y por supuesto, el citado Larry Bird, versión mejorada de Havliceck, dotado de uno de los mayores “IQ” baloncestísticos de la historia, alero con cerebro de base y con capacidad innata para la belleza estética del juego, pero cuyas limitaciones físicas le hicieron basarse en la sobriedad y eficacia por encima del espectáculo. Cierto es que también habría que mencionar al “Houdini de Hardwood”, el talentoso Bob Cousy, este si más dado al baloncesto prodigioso que sobrio, pero sin perder nunca la efectividad productiva. En definitiva jugadores serios, fríos, y muchos de ellos blancos. Los Lakers por otro lado siempre han significado el glamour y el espectáculo, incluso antes de la llegada del gran “Magic” Johnson y su showtime. Elgin Baylor, el “logo” Jerry West, el propio “Magic”, el martillo pilón de Worthy y sus contraataques asesinos, o esa serpiente mortal conocida como la Black Mamba encarnada en un jugador de baloncesto llamado Kobe Bryant, serían los exponentes de esa querencia angelina por el juego lustroso y espectacular (sin olvidar, por supuesto, su enorme dinastía de grandes pivots, desde Mikan hasta Shaquille) 

Un quinteto para el recuerdo.


Justo es reconocer también que mis queridos Detroit Pistons tienen sus propias señas de identidad. Un estilo rocoso, granítico, duro, sacrificado, en el que el componente principal es la química de equipo. Cierto es que hemos disfrutado del talento de los Thomas, Dumars, Billups o Rasheed Wallace, pero no es menos cierto que jugadores tan limitados técnicamente como Rick Mahorn o Ben Wallace, muy difícilmente pudieran haber sido piezas claves y jugadores titulares en un equipo campeón de la NBA, en otra franquicia que no fuera la de la ciudad más importante del estado de Michigan. Los buenos aficionados aún recuerdan sin titubear aquel equipo campeón de 2004, el último gran equipo de Detroit, que aplastó sin contemplaciones y contra todo pronóstico a los grandes favoritos. Unos Lakers que además de los ya por aquel entonces tricampeones Kobe Bryant y Shaquille O’Neal se habían reforzado con la presencia de dos impactantes veteranos como Karl Malone y Gary Payton, dos estrellas de renombre y probada solvencia que no dudaron en rebajar sus costosas fichas salariales para conseguir el ansiado sueño del anillo, una vez que veían sus carreras llegando al final (en el caso de Payton finalmente lo conseguiría más tarde en Miami, al lado de precisamente Shaquille), conformando entonces un impresionante “Fab Four” que parecía muy superior a los Pistons de Larry Brown impregnados de ese componente esencial para cualquier equipo campeón: química. 

El Príncipe, el último hombre...
...y su heredero, Austin Daye.


No fue aquel un éxito pasajero, como decimos aquellos Pistons jugaron seis finales del Este de manera consecutiva, aunque sólo consiguieron un título, en el recuerdo del aficionado figura ese quinteto que hacía del músculo una filosofía y de la defensa una religión. Billups-Hamilton-Prince-Sheed-Big Ben. El año anterior al anillo ya habían avisado de sus posibilidades de la mano del actual técnico campeón, ese sosias de Jim Carrey llamado Rick Carlisle, infravalorado y gran coach al que el tiempo le va haciendo justicia, llegando a la final de conferencia donde fueron derrotados por los Nets de Jason Kidd, Richard Jefferson y Kenyon Martin. Aquello fue el comienzo de más de un lustro de éxitos para la MoTown, que tocaron a su fin con la marcha del gran director, del “floor general”, de la excelsa batuta que manejaba como nadie Billups, a cambio de un egoísta e individualista Allen Iverson, posiblemente el jugador que mejor pueda representar la antítesis de la filosofía habitual en los de Michigan. Durante aquellos seis años el equipo se recompuso a la marcha del ahora retornado Ben Wallace, un extraño elemento que gracias a sus prestaciones en Detroit obtuvo un suculento contrato en Chicago que jamás hubiera podido imaginar en sus duros comienzos que le llevaron incluso a buscarse la vida en Italia. Con Rasheed Wallace retirado, y la noticia del corte del ya mítico RIP Hamilton, confinado al terreno de los “waivers” como un temporero cualquiera, y Big Ben relegado a un papel bastante residual en la actual y extraña plantilla de los Pistons, sólo Tayshaun Prince permanece como orgulloso estandarte de un reciente pasado ganador, esperando que los jóvenes pistones, entre ellos un clon del propio Prince llamado Austin Daye, el sorprendente Jonas Jerebko, o el imponente Greg Monroe, vuelvan a hacer que en la cartilla de notas de la franquicia de Detroit al final del curso se refleje nuevamente la máxima calificación, una Matrícula de Honor, en la que siempre fue la asignatura favorita de este equipo: la química.  

Waivers de lujo: RIP Hamilton y Chauncey Billups

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