lunes, 1 de septiembre de 2014

LOS AÑOS DORADOS


“Cuando todo se acabe,
Y nadie nos recuerde,
Seguro que nos vemos en cualquier fiesta”

(“En cualquier fiesta” La Mode)     



When you're young...



Hablaba la noche del viernes con un aficionado sobre el Mundial que estaba a punto de comenzar en nuestro país. Por supuesto compartíamos, con la cautela que merece el asunto, que si la lógica se impone deberíamos encaminarnos hacia una final Estados Unidos-España, trayecto que se presupone fácil para los yanquis, pero mucho más trabajado para los nuestros, que somos un poco más “terráqueos” que los impresionantes jugadores estadounidenses. Por detrás de los dos grandes favoritos se abren las posibilidades: Brasil, Lituania, Argentina, Francia, Eslovenia, Serbia, Croacia… y en un momento dado mi interlocutor afirmó “incluso Rusia, a ver con que equipo vienen”. Lógicamente le hice saber que Rusia no participa en esta cita mundialista. 

La reflexión a la que me conduce la anécdota, para retomar este blog en mi vuelta de las vacaciones, no es para nada enmendar la plana al buen aficionado que incurrió en el error de pensar que la selección ex –soviética sería de la partida (al fin y al cabo la gente tiene su trabajo, familia, obligaciones y responsabilidades, y hay que ser muy fanático de este deporte para, si no vives de ello, conocer las 24 selecciones y poder citar al menos sin esfuerzo a cinco o seis jugadores de cada roster), recordemos que el mismísimo Serge Ibaka hace unas semanas hablaba de Italia como equipo difícil en este campeonato… cuando sabido es que los transalpinos tampoco han obtenido plaza para el torneo. La reflexión es en otro sentido, y es la de cómo hemos considerado como una absoluta normalidad la presencia de nuestra selección en este tipo de eventos. Ya no sólo eso, si no que todo lo que sea bajarnos del podio nos parece un fracaso, e incluso cuando rascamos metal no sabemos valorarlo consecuentemente (como ha sucedido con el último bronce europeo, obtenido con un seleccionador debutante en el puesto y con las bajas de los líderes de esta generación de jugadores) Hemos perdido la perspectiva de lo que cuesta estar en la elite del baloncesto mundial verano tras verano, sean campeonatos de Europa, mundiales, o los prestigiosos Juegos Olímpicos, cuando la realidad es que la regularidad en la cumbre es tan costosa que vemos como toda una Rusia (campeona de Europa en 2007, precisamente en nuestro país, bronce continental en 2011, y actual bronce olímpico en 2012) no ha sido capaz de obtener billete mundialista (ni tampoco recibir wild card para ser invitada, lo cual puede parecer un poco extraño, pero cuando uno ve a 8000 fineses por las calles de Bilbao lo entiende un poco mejor) Aún más doloroso es el caso italiano. Uno de los países históricos en el baloncesto europeo, con una buena generación de talentos en los últimos años (Belinelli, Gallinari, Bargnani, Datome, Gentile, Melli…), que salvo alguna esporádica aparición ha estado fuera de las grandes citas internacionales del siglo XXI, ¡con lo qué ha sido Italia! 

Francia, actual campeona europea, y que también contempla la mejor generación de jugadores de su historia, sí ha sido más constante en su presencia en grandes citas, aunque recordemos que se perdieron los Juegos de 2008. Más difícil ha sido verlos subir al cajón, excepto en citas continentales (bronce en 2005, plata en 2011 y oro en 2013) Cuesta por tanto encontrar una generación baloncestística que durante década y media haya sido capaz de mantenerse en lo más alto como lo ha hecho España. Sólo Argentina podría compararse, aún sin llegar a conseguir tantas medallas (pero si que es cierto que poseen un oro olímpico, el de 2004) Esta regularidad en la cumbre merece ser valorada como debe, ya que desgraciadamente llegará un día en el que cualquier billete para un evento de este tipo nos vuelva a costar sangre, sudor y lágrimas, y tengamos que valorar una cuarta o quinta posición como un triunfo que nos siga aferrando al club de los elegidos de la canasta. Hay que tener siempre presente que en el deporte de alta competición sólo hay un ganador, pero no todos los demás tienen porque ser perdedores. Es obligación de quienes tenemos una edad recordar la travesía en el desierto que sufrió nuestro baloncesto desde mediados de los (en ocasiones sobrevalorados en el recuerdo colectivo) años 80, comenzando con un mundial en nuestro país en el que no estuvimos a la altura, pese a haber sido plata olímpica dos años antes y semifinalistas continentales un año después. Aquel Mundobasket 86 supuso el comienzo de una cuesta abajo que esperemos no se repita, pero que como digo no podemos olvidar. El aficionado actual que no conoció aquel doloroso pasado es afortunado viviendo estos años dorados, pero hay que recordarle aquella tortuosa travesía. 

En efecto, son años dorados, pero como siempre en los ciclos de la vida se dará paso a otras épocas en las que el vigor, la fuerza y la energía que posee el ser humano en su momento de esplendor se vean venidas abajo por el inexorable paso del tiempo. Si ya en una edad dorada como la actual vemos que la apuesta mediática y la cobertura informativa no están a la altura de nuestra selección y de nuestro baloncesto, mucho nos tememos que cuando se apaguen las luces de esta generación los aficionados nos volveremos a quedar solos. Será momento de reflexión y de valorar lo conseguido. No cabe duda de que los jugadores podrán tener la conciencia tranquila por todo el esfuerzo realizado. Esperemos que los aficionados estemos al nivel y podamos decir que siempre estuvimos de su lado, no sólo cuando ganaban. Los años dorados no duran siempre. La belleza se marchita, pero el amor, en los buenos matrimonios, perdura. Cuando todo esto toque a su fin será el momento en el que el aficionado podrá recordarse a si mismo como un oportunista o como un amante fiel. Aquí tienen otra oportunidad para seguir eligiendo su propio camino.  




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