martes, 4 de octubre de 2016

LA LEYENDA INFINITA




Miracle Man




El Real Madrid de Pablo Laso, la tercera gran era del baloncesto blanco tras las de Pedro Ferrándiz y Lolo Sainz, añade un capítulo más a una leyenda de la cual no se conocen visos de finalización mientras sigan dejando trabajar a Herreros y Sánchez en los despachos y a Laso en el banquillo. Pocas gestas le quedaban que alcanzar a un equipo que lo ha ganado todo. Una de ellas era derrotar a un equipo NBA. Ya lo han conseguido. La anterior ocasión que un equipo de la mejor liga del mundo hincó la rodilla ante los blancos fue en 2007, en el mismo escenario del Palacio de Los Deportes, con Joan Plaza en el banquillo. Sergio Llull vivía sus primeros tiempos de madridista y ya firmaba 17 puntos en aquel partido. Pero cierto es reconocer que aquellos Toronto Raptors que perdían 104-103 en su visita a Madrid no tenían el potencial de estos Thunder (su gran figura, Chris Bosh, no compareció en aquel partido, y Bargnani, Nesterovic, Calderón o Garbajosa eran los nombres más reconocibles para el aficionado), ni el desarrollo de aquel encuentro se movió en los parámetros febriles y enloquecidos sólo entendibles dentro de la filosofía lasista, la que entiende el baloncesto como puro vértigo. 



Y así lo entienden los aficionados, que ayer abarrotaron las gradas del Palacio en otra fiesta de la canasta, en otra perfecta comunión y sintonía entre equipo y afición. No, ganar a un equipo de la NBA en partido amistoso, por mucho que hablemos de nada menos que del subcampeón de la Conferencia Oeste (lo cual equivaldría a hablar de uno de los cuatro mejores equipos del mundo), no es ningún título, pero el público anoche lo celebró como si se tratase de la conquista de la Euroliga. No era para menos después del asombroso desenlace de un partido tan enloquecido. 



Y eso que la primera parte fue totalmente de los norteamericanos. Los de Billy Donovan saltaron a la cancha comandados por unos Westbrook y Oladipo en versión depredadora, anticipando que pueden ser uno de los “backcourts” más salvajes de la próxima NBA. Oklahoma City arrasaba poniendo al menos dos velocidades más que los de Laso. Una en ataque. La otra en defensa (se me abren las carnes cuando escucho eso de que en la NBA no se defiende, tópico argumentado por quienes no cabe duda de que no ven un partido de esa liga en toda la temporada), y es que el campeón de la ACB naufragaba ante el inmenso bosque de brazos, piernas y manos (y en este sentido hay que recordar que Oklahoma City es actualmente uno de los equipos más duros y físicos de la NBA) que asomaba ante sus ojos. Con el ataque estático ahogado y el contrataque desaparecido, sólo Jaycee Carroll encontraba resquicios para mancillar la red rival, demostrando ser mucho más que un tirador, y es que el de Wyoming es uno de esos anotadores pacientes que siempre encuentra su sitio. Triples, sí,  pero además esas “bombas” y penetraciones para conseguir anotar frente a defensores mucho más fuertes y altos que el mormón. Sus 9 puntos fueron un asidero para que el destrozo ocasionado por Westbrook (7 puntos, 2 rebotes, 2 asistencias y 1 robo en ese primer cuarto) no fuera mayor (22-35 para los Thunder) 



No fue capaz de reducir distancias en el segundo acto el Real Madrid pese a que las figuras visitantes descansaban en el banquillo. Ilyasova y Kanter se bastaban para mantener las rentas. Parecía que no habría partido, y con Oladipo, Adams y Domantas Sabonis de nuevo en pista los Thunder buscaban sentenciar al descanso. No contaban con Nocioni. Para el argentino ningún partido es amistoso, y con 9 puntos en 5 minutos lanzaba un mensaje al subcampeón del Oeste norteamericano: los de la camiseta blanca (ayer preciosa equipación con mangas, por cierto) no iban a entregar la cuchara. Otro que recibió el mensaje fue Llull, quien con uno de esos triples suyos imposibles sobre la bocina hacía levantarse a los aficionados (y lo que nos quedaba por ver), todo ello a pesar de encaminar el camino de los vestuarios 15 puntos abajo, y haber perdido el segundo cuarto por un parcial de 28-30. 



A pesar del estupendo comienzo del tercer acto (un triple de Rudy ponía a 12 a los blancos), Westbrook y Oladipo continuaban con su exhibición, y elevaban a 20 la diferencia en el minuto 27. A esas alturas parecía que el Madrid debería conformarse con encajar la derrota de la manera más digna posible, maquillando el resultado y dejando unos guarismos aceptables, pero los de Laso comenzaron entonces una pequeña a la vez que grande incansable labor de zarpa y recorte al marcador. Con Thompkins y Randolph juntos en pista (algo que difícilmente veremos en ACB por la limitación de fichas extracomunitarias para cada partido) el equipo blanco presentaba una evidente amenaza anotadora. Dos triples consecutivos de estos dos jugadores volvían a poner a 12 a los locales a 5 minutos del final del cuarto. Afloraba el optimismo viendo como además en algún duelo individual (Randolph sobre Ilyasova) los de Laso eran superiores. Donovan reservaba a Westbrook, y los Thunder se encomendaban a Oladipo y a un monumental Enes Kanter, quien se hacía amo de la zona ante la ausencia de un Adams que tenía que dejar la pista lesionado. Para acabar de encender los ánimos de la parroquia, Llull se sacaba de la chistera otro triple para sellar el cuarto y ajustar la diferencia a tan sólo 8 puntos, 87-95. Los de Laso ya habían ganado un parcial (37-30), pero querían más.     



Oladipo, un escándalo



 Oladipo contra el mundo. El base-escolta de Maryland anotaba 9 puntos consecutivos, de todos los colores posibles. El Real Madrid no se rendía y ofrecía unos minutos soberbios de baloncesto coral dirigidos por un Luka Doncic dispuesto a tapar las bocas de quienes le acusan de no tener capacidad para jugar de base y se empeñan en verlo de alero. Llull esperaba su momento en el banquillo pero celebraba cada canasta de sus compañeros y pedía el ánimo del público sabedor de que el partido se abocaba a un final de los que le gustan, de los de jugar sin red. Con Doncic, Carroll y Maciulis mordiendo por fuera y desactivando el efecto Oladipo, a los Thunder se les empezaba a hacer de noche y el turco Kanter se erigía como faro anotador mostrándose superior a la defensa de Randolph e incluso a la de Hunter. El delirio llegaría con un triple de Nocioni que ponía por delante al Real Madrid (112-111 a 4.35 para el final) Respondía Kanter, y respondía de nuevo Nocioni. Pero el pívot turco estaba de dulce. 8 puntos consecutivos para poner un 114-119 en el luminoso con 2.19 por jugarse. Era el momento de los tiradores. Rudy por los locales y Abrines por los NBA volvían a dejar la diferencia en cinco puntos tras sendos triples a 1.39 para la conclusión. Carroll volvía a meter a su equipo en el partido, dejándolo tres abajo, pero el cuarto triple de Alex Abrines era una puñalada en el corazón de las esperanzas blancas, que parecían sepultar definitivamente cuando en el posterior ataque madridista el propio Abrines sacaba una falta personal en ataque a su compañero de selección Sergio Llull. Seis abajo, balón para los Thunder, y un minuto en el reloj. El Real Madrid de nuevo arrojado a la épica. Una pérdida de Oladipo era aprovechada por el inmenso Carroll para acercar a los blancos a cuatro puntos. Laso seguía moviendo sus piezas con maestría, y tras el tiempo muerto solicitado por Oklahoma City a 30 segundos del final Taylor entraba por Carroll para fortalecer la defensa madridista. Bingo. Una “chapa” del sueco-estadounidense sobre Oladipo permitía una nueva posesión local que Nocioni desperdiciaba errando su pase. Con 20 segundos por disputarse, cuatro abajo, y balón para el rival, parecía definitivo. Randolph mandaba a Oladipo a la línea de tiros libres y el exterior NBA aprovechaba el primer lanzamiento, errando el segundo. Cinco abajo para un Madrid que necesitaba anotar desesperadamente. Lo buscó Nocioni desde el triple pero recibió falta de Sabonis. Era la sexta del hijo del Zar. Tras el “instant replay” los árbitros confirmaron tres tiros libres para el argentino. Quedaban cuatro segundos para el final. Si el “Chapu” anotaba los tres y ponía a su equipo a dos, una rápida falta sobre la posesión rival podía dar esperanzas para los de Laso siempre que los Thunder no anotasen ambos lanzamientos. 



O se podía rizar el rizo y buscar una opción muchísimo más arriesgada. Anotar los dos primeros, tirar a fallar el tercero, capturar el rebote ofensivo, y anotar un triple que llevase el partido a la prórroga. Con tantos condicionantes aquello parecía algo similar a acertar los 5+2 del sorteo de Euromillones. 



¿Tiró el “Chapu” a fallar el tercer tiro? No me atrevo a asegurarlo, y hasta que no escuche al propio protagonista hablar sobre la jugada no seré capaz de poner la mano en el fuego, pero diría que sí erró su lanzamiento a propósito. Hunter luchó el rebote, Rudy lo controló, y vio a Llull esperando recibir en la línea del triple. El desenlace ya lo conocen. Tantas veces visto con este mismo protagonista, y aun así tantas veces inverosímil, de obligatorio frotado de ojos ante lo contemplado. 



Y es que hay que hablar una vez más de este Llull, prodigio de fe y trabajo a partes iguales. El joven que llegó a Madrid justo a tiempo de celebrar la liga ACB del 2007, a un equipo que venía de ganar la ULEB dirigido por el Joan Plaza del doblete. Después vendría el bienio negro de Ettore Messina, aguantado con estoicismo por el menorquín y resto de la plantilla, y por fin la consagración y lluvia de títulos que ha traído Pablo Laso a la Casa Blanca en su sección de baloncesto. Pero este increíble Llull, jaleado por los aficionados e idolatrado por la afición quien con justicia ya lo tiene en el panteón de los más grandes jugadores madridistas de todos los tiempos, hay que recordar que no siempre vivió con el viento a favor. Tanto el más joven Llull, el de Plaza, como el de Messina, era un jugador indefinido entre las posiciones de base y escolta. Una indecisión que parecía lastrar su juego, y que para los más puristas debiera resolverse en favor del puesto de escolta. Demasiado atolondrado, decían, como para ser un buen base. Pasados los años esa indecisión entre posiciones ya no molesta, sino que además resulta crucial para entender a un jugador que ha de ser considerado como uno de los mejores de Europa en ambos roles, aspecto éste en el que hay que reconocer el mérito de sus técnicos actuales, tanto Pablo Laso en el Real Madrid como Sergio Scariolo en la selección española, ambos valedores del menorquín y creyentes de sus posibilidades para resolver partidos (recordemos como Scariolo decide jugarse un último ataque con  el Llull de 22 años en el Europeo de 2009, a pesar de contar con un tal Pau Gasol en la pista) La otra persona que siempre ha creído en Sergio Llull para ganar partidos es, claro está, el propio Llull.     



Laso, de buen rollo con Abrines.




Estaba en su naturaleza desde el primer día. Llull es ese chaval que se imaginaba canastas ganadoras sobre la bocina en el patio de su casa. Claro que es no lo mismo hacerlo en el patio de tu casa que en el Real Madrid o en la selección española. Llull se las jugaba… y fallaba. Y las críticas sobre su mala cabeza y su afán de protagonismo en los finales de cuarto o de partido arreciaban. Atolondrado Llull. Lo fácil hubiera sido esconderse y reconvertirse. Sacrificar esas ansias de canastas gloriosas y transmutarse en base sobrio o abnegado escolta defensor, como le pasó a aquel Ismael Santos, purasangre ofensivo en la cantera blanca y a quien Zeljko Obradovic transformó en perro de presa. Pero Llull prefería seguir siendo fiel a su naturaleza. Una fidelidad similar a la de Felipe Reyes, quien en sus primeros años desoía a entrenadores y analistas ortodoxos que pedían, casi ordenaban al cordobés, que aprendiese a jugar por fuera de la zona, ya que con aquellos apenas dos metros iba a ser despellejado sin piedad bajo los tableros por pívots más altos y fuertes que él. Llull sabía que este día iba a llegar (fe) y siguió intentándolo (trabajo), hasta convertirse en el mejor jugador en finales apretados en el actual baloncesto europeo.     



Y la fiesta recibía cinco minutos más de propina tras la enésima canasta decisiva del jugador del Real Madrid. Se suele decir que a las prórrogas llega más motivado, y por tanto más fuerte mentalmente, el equipo que viene desde atrás en el marcador. Tras lo visto anoche en el Palacio hay que darle la razón a quien discurrió tal pensamiento. Y eso que Oladipo decidió continuar su particular show. Cuatro puntos para arrancar el tiempo extra, un monumental mate a dos manos volando por encima de la defensa blanca, y hasta un “air ball” absolutamente perdonable para un jugador con esa capacidad de echarse su equipo a la espalda. Llull rompía con un  triple el empate a 130 (lo sé, guarismos de locura) y daba la máxima ventaja a los blancos a 2.50 para el final del tiempo extra. Kanter anotaba su punto 29, y tras un fallo en el triple de Randolph, Carroll sacaba su manita primero para robar la bola a Oladipo y posteriormente para anotar los dos tiros libres tras falta de Abrines. Otros dos tiros libres Oladipo volvían a dejar el marcador en un punto arriba para el Real Madrid, y entonces llegaba la locura con el triple de Othello Hunter. El nuevo ídolo de la grada, llamado a dejar el hueco sentimental dejado por Marcus Slaughter, ponía el 138-134 a un minuto del final. La fiesta seguiría con el propio Hunter hundiendo la bola a pase de Carroll después del triple errado por Oladipo, y Llull cerrando el partido con dos tiros libres. El Real Madrid llegó a ganar de 8 puntos en la prórroga, y un triple de Ilyasova dejaba el electrónico en el desorbitado 142-137 que ya es historia del club blanco. Otro partido para las videotecas, otro regalo al baloncesto del Real Madrid de Pablo Laso. 



Pero más allá de lo ocurrido en la pista en los 53 minutos de juego reglamentarios (estirados a tres horas de tiempo real que pasaron volando para los aficionados), el partido volvió a dejar constancia de la capacidad de la NBA para transformar en espectáculo festivo todo lo que rodea al baloncesto. Cheerleaders, animadores y “celebrities” dieron al partido ese toque lúdico tan necesario en el deporte de alta competición, tan envenenado en ocasiones de innecesario dramatismo alrededor del éxito o el fracaso, esos dos impostores de los que hablaba Kipling. Tres leyendas del baloncesto estadounidense como Jason Richardson (dos veces campeón del concurso de mates de la NBA y campeón de la NCAA en el 2000), Shawn Marion (campeón con Dallas en 2011 y 4 veces All Star) y Ron Harper (cinco veces campeón de la NBA como escudero de Jordan y Kobe Bryant) ejercieron de anfitriones del mejor baloncesto del planeta y fueron homenajeados en la pista en uno de los tiempos muertos al lado de nada menos que Arvidas Sabonis. En definitiva una fiesta del deporte por todo lo alto. 




No queremos despedir esta entrada sin agradecer a la revista GQ, uno de los patrocinadores del evento, su amabilidad y gestiones para que pudiéramos vivir en primera persona todo lo acontecido anoche en un Palacio que una vez más volvió a presenciar un partido para el recuerdo. Gracias por hacernos sentir, como diría Ramón Trecet, cerca de las estrellas.      




¡Cerca de las estrellas!



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