miércoles, 24 de mayo de 2017

EL CASTILLO DE NAIPES



La Copa 2017, de momento el último título.





Dicen que lo difícil no es llegar, si no mantenerse. También es cierto que un hermoso castillo de naipes puede ser derribado con un simple soplido. Ese es el peligro al que se enfrenta el Real Madrid tras la última Final Four en la que se ha sobreamplificado el nivel de crítica sobre el entrenador que lo ha devuelto a la primera plana del baloncesto europeo. El vitoriano, no descubrimos nada nuevo, ha sido un entrenador señalado desde el primer día por parte del aficionado que sólo ve el nombre y no el hombre. Su trabajo ha sido tapar bocas a base de buen baloncesto y títulos. No vamos a recordar todo lo ganado bajo su pizarra y lo demoledor que resulta su comparación con todos los técnicos anteriores en los 30 últimos años al frente del banquillo blanco (Obradovic incluido) Sí convendría en todo caso recordar al aficionado que está sacando el fusil el contexto en el que se mueve Laso, y reconocer si su labor, tal y como afirman, debe ser llamada a su fin.



El CSKA Moscú sigue siendo el equipo más poderoso del continente. El mayor presupuesto. De Colo supera los tres millones de euros anuales de ficha (y aun así le supera Aleshey Shved, en el Khimki, como el jugador con mayor sueldo de Europa) La maquinaria roja no ha tenido problema para dominar su actual competición doméstica, ganando año tras año la VTB United League, pero, ¿ha sido capaz de hacerlo igualmente en Europa?, a nivel de títulos “sólo” una Euroliga en esta década, la obtenida el pasado año en Berlín, pero no ha dejado de estar presentes en las finales a cuatro. Hablamos por tanto y sin duda de un equipo dominador, pero no absolutamente ganador. Entrenadores antaño laureados como Ettore Messina (2013 y 2014), Jonas Kazlaukas (2012), o jóvenes como Dimitry Shakulin (2011), no fueron capaces de llevar al equipo más rico del continente a la gloria europea que si consiguieron el pasado año de la mano de un Dimitrios Itoudis que ha estado en tres final fours y “sólo” ha ganado una. El balance con el entrenador griego es sobresaliente, ¿por qué?, porque estar entre los cuatro mejores es un éxito, y haber sido el mejor de esos cuatro una de tres veces, por mucho CSKA que seas, no está al alcance de cualquiera, como hemos visto. 



El otro gran presupuesto europeo es el del Fenerbahce de Zeljko Obradovic. El Zeus de los banquillos va camino de completar su tercera temporada como entrenador aurinegro. El balance es bueno, pero no es demoledor. Una euroliga, una liga y una copa turca en tres años para el segundo club más rico del continente. En su primera temporada no consiguió ganar nada, en su segundo año dominó Turquía con la liga y la copa, y esta temporada de momento “sólo” cuentan con la euroliga recientemente ganada (en la copa de este año el Efes Pilsen les eliminó a las primeras de cambio) No es un bagaje extraordinario, pero sí muy bueno. Sólo un auténtico ignorante podría dudar de Obradovic y pensar que no está capacitado para seguir al frente del Fenerbahce, pese a haber perdido dos copas, dos euroligas y una liga en tres años… el mismo tipo de ignorante que duda sobre la idoneidad de Laso como entrenador madridista. 



El Olympiacos, el equipo del eterno retorno, sorprendió con sus dos euroligas en 2012 y 2013, desde entonces se “conforma” con el éxito de estar en la final four, un éxito que no siempre pueden conseguir, como les sucedió el pasado año cuando ni siquiera fueron capaces de llegar a cuartos de final. No siempre se gana.



Podríamos seguir hablando de otros equipos de la élite europea por calidad, historia y presupuesto. Barcelona, Panathinaikos, Baskonia o Efes Pilsen firmarían “fracasar” en una final four actualmente, conscientes de la dificultad de acceder a dicha cita. Podríamos incluso hablar de equipos como Khimki o Valencia, también entre la élite europea, y que se conformarían simplemente con poder jugar Euroliga.    




El Panathinaikos tampoco pudo con Fenerbahce.




Y en este contexto, con Pablo Laso llevando al Real Madrid a cuatro finales a cuatro en seis años mientras domina el baloncesto español, algunos se atreven a hablar de fracaso. Como si el entrenador que llegó a una sección envuelta en ese estado de crispación que tanto daño le ha hecho históricamente, aguantando manifestaciones de aficionados y encarando un recorte de un más del 20% del presupuesto respecto a la era Messina, para a los pocos meses hacerlo campeón de Copa del Rey 19 años después de su último título, estuviera obligado a hacer lo que nadie nunca ha hecho en la historia del deporte: ganar siempre.  



Ni los Bulls de Jordan y Phil Jackson ganaban siempre, ni la URSS de Gomelsky, ni los Celtics de Auerbach, ni la Cibona de Drazen Petrovic… y por supuesto tampoco el Real Madrid ha ganado siempre, ni siquiera en sus anteriores etapas más gloriosas, las de Pedro Ferrándiz y Lolo Sainz. A este respecto conviene recordar que la Euroliga del siglo XXI, por mucho que se pongan los nostálgicos, no admite comparación en cuanto a su nivel de dificultad con las décadas de los 60 y 70. La Copa de Europa celebra su primera edición en 1958. En aquella ocasión el Real Madrid tiene como rival de cuartos de final al belga Royal IV (actualmente en la segunda división de su país y que ganó unas cuantas copas y ligas belgas durante aquellos años, pero su papel a nivel continental es irrelevante) para luego caer con el potente ASK Riga de Gomelsky en semifinales. En 1959 los blancos caen eliminados en octavos de final con el francés Etoile de Charleville, actualmente en tercera división de su país. En 1961 (en el 60 el representante español es el Barcelona), ya con Pedro Ferrándiz en el banquillo, en cuartos vuelve a ser belga el rival, el desaparecido Antwerpse, puntero en Bélgica pero fácilmente batible en Europa, después de apalizar al austriaco Engelmann. En semifinales el gran ASK Riga vuelve a cercenar el sueño europeo de los blancos. En el 62 por fin llegan a su primera final. ¿El camino? El Casablanca marroquí en primera ronda, el Varese en octavos, el Legia Varsovia en cuartos, el esloveno Olimpija en semifinales, y en la final un Dinamo Tbilisi que les derrota en la final de Ginobra. En total nueve partidos, ocho hasta llegar a la final. Una broma comparado con lo de ahora. Al año siguiente Pedro Ferrándiz disputa su segunda final consecutiva… y la pierde. De nuevo son sólo nueve partidos, con ida y vuelta frente a Benfica, Panathinaikos, Budapesti Honved y Spartak Brno, hasta llegar y caer en la final ante el CSKA Moscú sin contemplaciones (99-80) Al año siguiente, al tercer intento (como Laso), Ferrándiz comenzaría a cimentar su leyenda. El formato sigue siendo el mismo, sólo que ahora la final es a doble partido. El Celtic irlandés y el Alemannia Aachen no son rivales en las dos primeras rondas. En cuartos sube un peldaño la dificultad con el Legia polaco, y en semifinales empieza lo bueno con el Simmenthal Olimpia de Milán. En la final esperará el Spartak de Brno. Diez partidos, sólo cuatro de realmente alto nivel. Al año siguiente se mantiene el formato, pero el Real Madrid está exento de la primera ronda, por lo que sólo son necesarios ocho encuentros para que los de Ferrándiz campeonen por segundo año consecutivo. Los rivales son por este orden el Toverit finlandés, el Asvel francés, el OKK de Belgrado y en la gran final el mítico CSKA. Repetimos, ocho partidos para ser campeón de Europa. Compárenlo con los 36 que han jugado esta temporada los de Laso. En el 66 hay un pequeño cambio y tras las dos primeras mangas se establecen dos grupos de cuatro equipos de los que saldrán los cuatro semifinalistas. El Real Madrid, como campeón, sólo juega la manga de octavos, sin que el sueco Alvik sea rival, pero en la liguilla sus derrotas contra Praga y Mechelen (equipos infinitamente más modestos que el actual Fenerbahce) le impiden avanzar a semifinales, a pesar de los Luyk, Emiliano, Ferrándiz y compañía (la que hubiera liado twitter de existir en aquella época, Ferrándiz hubiera tenido que ser deportado, y hubiéramos dejado de ganar unas cuantas copas de Europa más) El paso atrás hace que al año siguiente los blancos tengan que jugar las dos primeras mangas (Black Star de Luxemburgo y Heidelberg de Alemania los rivales), y en la liguilla pasan por encima de Praga, ASK Vorwats y Lokomotiv. En semifinales Olimpia esloveno y el Milán en la final para ganar la tercera copa en una final a cuatro disputada en Madrid. El Real hace un gran torneo, pero son 12 partidos, y una final four con factor cancha. En el 68 Ferrándiz se alzaría con su cuarto entorchado, la segunda vez que lo hacía de manera consecutiva, dejando en el camino al Boroughmuir de Edimburgo, el Utrech holandés, Mechelen, Maccabi y Spartak Brno en liguilla, y Zadar en semifinales y Spartak Brno de nuevo en la final. Siete rivales, tres de ellos (el escocés, el holandés y el belga) de una calidad muy relativa.



Al año siguiente, con el mismo formato, y algo de más calidad general en los rivales, los blancos llegarían a otra final, cayendo ante el CSKA de Sergej Belov. Vendrían luego unos años de sequía, con el CSKA y el emergente Varese de Bob Morse y Meneghin (sería el mejor equipo de los 70) un peldaño claramente por encima, hasta que en 1974 se alcanza de nuevo la gloria derrotando al citado equipo italiano con un partidazo de Carmelo Cabrera saliendo desde el banco. El formato sigue siendo el mismo, y los rivales en primeras rondas muy discretos (Fribourg suizo, Heidelberg alemán…) Se produce la transición en el banquillo entre Ferrándiz y su ayudante Lolo Sainz, y se suceden las finales contra el poderoso Varese, que derrota a los blancos en el 75 y 76 pero cae en el 78. En el 80 el Real Madrid ganará su última Copa de Europa en mucho tiempo, ante el Maccabi de Tel Aviv. El formato ya es distinto, con dos liguillas. La primera, sencillamente, una broma al lado de la actual Euroliga (el Sutton & Crystal Palace inglés, Leverkussen alemán y Stevnsgade danés son los rivales de los blancos) En la segunda comienza lo bueno, con rivales como el Maccabi o el Zadar. Israelíes y españoles dominan esa segunda fase y pasan directamente a una final que se llevan con una impresionante actuación de sus interiores, Rafa Rullán y Randy Meister. Era otro baloncesto y aún habría que esperar cuatro años para que FIBA decidiera adoptar la canasta de tres puntos.   




La leyenda Ferrándiz... tampoco ganaba siempre.




El baloncesto madridista de las últimas décadas ya ha sido tratado sobradamente en estas páginas para realzar lo conseguido por Laso. Respecto a las eras doradas de Ferrándiz y Sainz no se les pueden poner peros. Manejando grandes plantillas desarrollaron un baloncesto de muchos quilates y poblaron las vitrinas de trofeos. Sólo Laso ha logrado estar a ese nivel, pero en un escenario muchísimo más complicado que el que vivieron sus antecesores. Lo que queremos dejar claro con esto es el valor que hay que darle a estar presente en otra final four.



Da la sensación de que contra Laso vale todo. Si se le acusa de jugar sin pívots, al instante se le acusará de meter balones interiores en vez de aprovechar su extraordinario arsenal exterior. Si se le reprocha contar con una plantilla demasiado veterana, sin ningún pudor se le reprochará no haber dado minutos a Felipe Reyes contra Fenerbahce y no haber inscrito al “Chapu” Nocioni. En el caso del argentino la situación de ventajismo es flagrante. Asumiendo que uno de los descartes sería Alex Suárez, último jugador de rotación de la plantilla, Laso tenía un papel complicado en la otra pieza a desestimar para el duelo contra los turcos, y fuera cual fuera la decisión tomada sería utilizada como argumento para sus detractores. Finalmente optó por la lógica. Y es que si hubiéramos recurrido a una computadora para buscar cual debería ser el descarte en base a los números de toda la temporada, el nombre resultante hubiera sido el del MVP de la Final Four de 2015. De los 30 partidos de fase regular, el argentino participó en 14, con una media de apenas 6 minutos por partido y 2.29 puntos anotados. En 7 de esos partidos valoró en negativo, y sus porcentajes fueron realmente pobres (30% en triples y 35% en tiros de dos) En los dos partidos ante Fenerbahce no jugó un segundo. Tampoco en cuartos ante Darusafaka. Que Nocioni hubiera tenido ficha en el partido de semifinales en detrimento de algún compañero sólo se hubiera entendido desde un punto de vista emocional, aspecto que por otro lado Laso maneja muy bien. Personalmente yo pensaba que el vitoriano dejaría fuera a Draper, pero como decimos su decisión se basó en la lógica. No descompensó el roster, y con un juego interior del calibre de Randolph, Ayón, Hunter, Thompkins y Felipe Reyes parecía que el argentino no tendría demasiada cabida, cuando, repetimos, es el jugador menos utilizado este curso por Laso (Alex Suárez al margen) ¿Cómo se puede criticar la media de edad de la plantilla madridista y luego poner el grito en el cielo porque el jugador más veterano no tenga sitio al lado de los Randolph, Ayón y compañía? Otro mantra utilizado hasta la saciedad por los ventajistas es el viejo tema de los pívots. Después de haber visto centenares de “memes” sobre Tomic y su sequía de títulos en un Barcelona al que iba, según el propio jugador croata, a ganarlos, el clamor popular pide un 2,17 o 2,18 para el año que viene. La posición de base, esa en la que más rompedor ha sido Laso (uno de los mejores bases de su época, recordemos), también es objeto de debate, pidiendo ahora un base “puro” (cuando al mismo tiempo se critica la convocatoria del base más puro, Draper, ante Fenerbahce) Escuchando algunas enfurecidas voces levantadas tras la Final Four, parece que están echando de menos volver a jugar con Prigioni y Tomic… y Ettore Messina de entrenador, claro.



El Real Madrid cometió demasiados errores desde los despachos antes de la llegada de Laso. Desde la salida de Lolo Sainz del banquillo en 1989, hasta la llegada de Laso en 2011, pasan 14 entrenadores en 22 años, condenando al baloncesto madridista a convertirse en un Sísifo ladera arriba comenzando una y otra vez desde cero. La impaciencia y el equivocado pensamiento de que proyectos ganadores están agotados y hay que reemplazar las piezas vitales de la maquinaria son terriblemente peligrosos (ahí tienen el nuevo Barcelona de Bartzokas) La intoxicación, el ruido y el veneno generado alrededor de un Laso de quien se afirma sin pudor alguno que ya no tiene crédito y su baloncesto ya no sirve puede hacer que desde las altas esferas del organigrama blanco crean la utopía: que es posible ganar siempre. Sería un error histórico. Florentino Pérez puede recordar, sin ir más lejos, como se dejó mal aconsejar para pensar que un extraordinario entrenador balompédico cuyo palmarés habla por sí solo y gran conocedor de la entidad blanca como Vicente Del Bosque tenía su “librillo” agotado. Los años que siguieron a aquella decisión fueron una pesadilla para los aficionados madridistas. Descabezar ahora el proyecto Laso sería algo tan nefasto como haber perdido la confianza en Ferrándiz en 1964 después de una pésima Copa de Europa (con la diferencia de que Laso viene de hacer una gran Euroliga, aunque una pésima Final Four) Esperemos que en la cúpula madridista sepan valorar la dificultad de llegar hoy día a las finales a cuatro y no escuchen a los entrenadores de sofá incapaces de reconocer que la derrota es un escenario tan natural en el deporte como el de la victoria. No saber convivir con la derrota lleva a la frustración, y la frustración a los errores. El Real Madrid no está obligado a ganar siempre. Es el club más laureado de Europa, ha ganado nueve veces la máxima competición continental. Una competición que conoce ya 60 ediciones. De modo que no ha ganado siquiera una de cada 10. Siguiendo el razonamiento esquizofrénico del aficionado para el que todo lo que no sea levantar el trofeo al final es un fracaso, hablaríamos entonces de nada menos que 51 años de fracasos, y sólo 9 de éxitos. Es decir, estaríamos hablando del club más perdedor de Europa, en vez del más ganador. 




El Real Madrid es un club ganador y lo puede seguir siendo si no se empeña en romper lo que funciona. Le ha costado décadas encontrar un proyecto como el de Laso, un castillo de naipes tan hermoso que los aficionados acuden en masa tanto en Euroliga como en ACB a disfrutar de su espectáculo, tan espectacular que es el equipo que más espectadores lleva a los campos rivales, por encima de CSKA, Fenerbahce, Panathinaikos, Olympiacos, Maccabi Tel Aviv o demás “patas negras” del Viejo Continente. El buen aficionado sigue apreciando en su paladar el sabor del buen baloncesto que ofrece Laso. Un baloncesto tan exquisito como el que nos regaló en 2014… cuando cayó en la final de Milán ante el Maccabi de David Blatt y en las finales ACB ante el Barça de un Pascual al que ya no le perdonaban ni una (y al que ahora echan de menos) Todos sabemos lo que pasó aquel verano y el invierno siguiente en el que el clamor mediático de los intoxicadores (que aunque son menos número que los buenos aficionados, hacen más ruido) estuvo a punto de hacer que Florentino cambiara el cromo primero por Katsikaris (durante el verano) y posteriormente por Djordjevic (en invierno) Finalmente ese año Laso lo ganó todo. Que nadie entierre un proyecto que sigue vivo, por las ganas de cortar cabezas de los ventajistas. Que nadie sople sobre ese castillo de naipes que con tanta paciencia ha construido Pablo Laso.  



Trabajando el futuro.






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